
Algunas reflexiones sobre la experiencia de trabajo con la Unión de Trabajadores Costureros
Pablo Ares - Julia Risler
This summer Bogotá and Medellín were the centers of an innovative LGBT initiative called el Ciclo Rosa (www.ciclorosa.com), sponsored by the Instituto Pensar (Javeriana University), the respective City Halls of each city, the Cinemateca Distrital de Bogotá, and the Centro Colombo Americano de Medellín. The radical nature of this event was that it addressed a very diverse audience, many segments of which had not been engaged on this issue before. It had an artistic and academic component, lectures and screenings of international films, as well as a series of workshops attended by members of the police, the military, and other government officials. This year, el Ciclo Rosa explored the transgender experience. Somos Latin@s LGBT of New England was selected to conduct a workshop on police misconduct towards the transgender community. The workshop was facilitated by Harvard's Cultural Agents Initiative and the Women, Gender, and Sexuality Program, and through teleconferencing, participants were able to join from Boston in addition to Bogotá.
Tradiciones y festejos
“Vayan a ver la Alasita ahí se van a dar cuenta la ignorancia que hay… compran tallercitos en miniatura para que el chamán los bendiga así consiguen uno de verdad”, nos decía un vecino de Parque Avellaneda -uno de los barrios porteños que concentra mayor cantidad de inmigración proveniente de Bolivia-, un rato después de comentarnos su apoyo a la organización de los trabajadores de esa nacionalidad, esclavizados en talleres textiles. Con la intención de buscar información para colaborar con esta lucha y un poco perturbados por la frase, emprendimos la marcha hacia la zona del parque donde se realizaba la Alasita, una fiesta dedicada al dios Ekeko de quien se cree que tiene el poder de brindar fortuna, abundancia y fertilidad.
Alasita deriva de una palabra aymara que significa “comprame” y se festeja los 24 de enero con la participación de gran cantidad de paisanos bolivianos que asisten para adquirir objetos en miniatura como casas, autos, billetes, alimentos, vestimenta, herramientas de trabajo, electrodomésticos, muebles y –como particularidad argentina- talleres de costura y documentos de identidad, con el importe exacto en dólares de lo que cuesta tramitarlo. Estas miniaturas se colocan sobre los brazos del Ekeko con la esperanza de que su auspiciosa intervención prodigue los objetos deseados. La Alasita es una muestra visible de sincretismo entre religiosidad católica y culto tradicional ancestral, pues las miniaturas adquiridas deberán ser bendecidas por un sacerdote católico (a quien no vimos ese día por lo que no podemos afirmar que dicha ceremonia se haya realizado).
Mientras caminábamos entre las wifalas -banderas aymaras de 7 colores- nos llamó la atención el importante puesto que el correo monetario Western Union había armado para la ocasión (los bolivianos envían gran parte de su sueldo a la familia que quedó en la tierra de origen). El humo proveniente de los cacharros -en donde se quemaban hojas de coca, alcohol y esencias andinas- para el ritual de la challa en agradecimiento a la Pachamama por lo brindado durante el año, se mezclaba con el apetitoso aroma proveniente del sector de comidas típicas.
Nos despedimos con la imagen de una multitud de personas caminando entre los puestos, comprando, ofreciendo, pidiendo y agradeciendo, mientras de fondo sonaba el ritmo de las sayas procedente de los altoparlantes que una radio había dispuesto para la ocasión.
Potosí un mes antes
Durante el verano de 2006 pasamos por Bolivia de camino a las ruinas incas del Machu Picchu. Paramos unos días en la ciudad colonial de Potosí y allí visitamos la Casa de la Moneda, un edificio que repone la historia de la extracción y el saqueo mineral del Cerro Rico -con toneladas de plata llevadas a Europa para financiar el crecimiento del viejo continente- y salas que exhiben los procedimientos de acuñación de las monedas.
El hecho de que la cultura ha sido (y es) un campo de confrontación ideológica y una estrategia de imposición de hegemonía se manifiesta claramente en la gran colección de pintura colonial con poderosa imaginería religiosa, de estilo barroco americano, precisa confección y rebosante de imágenes “pedagógicas”: vírgenes con vientres de montaña dentro de la cual se ven a los indios esclavizados en las minas, ángeles guardianes con arcabuces justicieros, amenazantes calaveras a los pies de santos sangrantes; todos conformando un temeroso universo utilizado para adoctrinar a los americanos originarios, volverlos dóciles y realizar uno de los más salvajes saqueos que conocieron estas tierras. La “conquista” de estos territorios se desarrolló no sólo mediante la imposición de esta imaginería simbólica religiosa sino también ejecutando un genocidio que dejó un monstruoso número de muertos entre los pobladores.
La explotación de la pobreza
Los pueblos originarios han sido históricamente considerados desde una perspectiva folklórica y paternalista como aquellos guardianes de la tradición, de las costumbres y los ritos del pasado, casi como una nota de color en medio de la modernidad. El Estado y la labor social que cumple la institución eclesiástica no han hecho más que reforzar esta mirada sosteniendo un vínculo que coloca al otro en una posición de inferioridad cultural, política, social.
Bolivia es el país más pobre de Latinoamérica con una desigualdad en la distribución de la riqueza que afecta mayormente a las poblaciones indígenas que representan dos tercios de la población total. Esta explotación se acentúa en los ámbitos rurales, donde prevalecen los trabajos que requieren de un gran esfuerzo físico -como la minería o la agricultura- y que son muy mal pagos.
De esa zona provienen buena parte de los inmigrantes que llegan a la ciudad de Buenos Aires atraídos por promesas de trabajo, vivienda y salario digno, y con la esperanza de brindarle a su familia un futuro (y un presente) mejor. Al poseer un escaso o nulo conocimiento sobre la manera más efectiva de manejarse en una gran ciudad capitalista depositan su confianza en lo que les dicen sus empleadores, continuando y reforzando un vínculo paternalista que termina naturalizando las condiciones a las cuales son sometidos: trabajan en jornadas agotadoras de 16-18 horas por sueldos de miseria que no llegan a los $200 mensuales (US$ 65); sus documentos de identidad son retenidos, lo cual los condiciona a permanecer dentro de los talleres de trabajo bajo amenaza de detención policial; y jamás reciben el sueldo convenido que los ayudaría a reunir los recursos necesarios para realizar el trámite de obtención del documento de identidad, sin el cual no pueden atenderse en centros de salud ni anotar a sus hijos en el colegio.
Los talleres ilegales de costura funcionan bajo la fachada de una vivienda familiar. Sus habitaciones encierran a familias de bolivianos que -hacinados en pequeños reductos donde duermen junto a sus hijos- trabajan sin necesidad de desplazarse demasiado. Este es el panorama que relatan los costureros que lograron escapar de ese infierno: trabajadores a los cuales no se les reconocen derechos laborales, obra social, ni vacaciones; y talleres de costura que incurren en delitos como reducción a la servidumbre, privación ilegítima de libertad, explotación de menores, retención indebida y falsificación de documentos, tráfico de personas, defraudación fiscal, incumplimiento de normas sobre higiene e infraestructura, entre otras cosas.
La creación en la praxis política
Era bastante usual escuchar a algunos integrantes de la comunidad decir que “los problemas de los bolivianos los arreglamos entre paisanos”. Esta creencia constituía una clara frontera que debíamos sortear acudiendo a un terreno de elaboración común. En este sentido fue fundamental la dimensión que adquirió el registro icónico como componente esencial de un imaginario vinculado a tradiciones milenarias, fuertemente arraigadas en el pueblo y resistentes a los embates de los colonizadores. La potencia de este componente nos obligaba a preguntarnos cómo retomar imágenes reconocidas popularmente para utilizarlas en la batalla simbólica que pretendíamos activar.
La historia muestra que la manera en que se han vinculado los aparatos partidarios con los grupos en lucha es un problema de difícil resolución y que no se trata de imponer ideas ni de sentirse los privilegiados conductores de las masas. Nosotros quisimos profundizar la construcción cooperativa y para ello trabajamos en una elaboración motorizada a partir de las diferencias con el objetivo de producir herramientas políticas efectivas.
Luego de participar de varios encuentros con los trabajadores costureros, construimos una doble estrategia para denunciar la situación de explotación en los talleres ilegales: por un lado se buscó interpelar al inmigrante boliviano (mediante volantes primordialmente gráficos que destacaban las abusivas formas de trabajo en los talleres ilegales de costura y daban a conocer los derechos de los trabajadores); y por otro, provocar al ocasional transeúnte que compra ropa de marcas que se producen en talleres esclavos (mediante un afiche que simula de lejos una liquidación, pero al leer el texto expone la abismal diferencia entre lo que se le paga a un costurero por realizar la prenda y a cuánto la vende la casa de ropa).
El propósito era movilizar y promover la organización al interior de la población boliviana, pero también dar a conocer al público en general la situación en la cual trabajan los costureros (este fue un momento previo a la muerte de 6 bolivianos en el incendio de un taller de costura ilegal que dio visibilidad mediática al trabajo esclavo).
A partir de la elaboración conjunta y dialéctica entre necesidades y posibilidades, la imagen de una modelo con cabeza de calavera adquirió una circulación propia, evidenciada en notas publicadas por medios de comunicación, informes televisivos y como disfraz de los “desfiles de moda” que los trabajadores costureros organizaron para denunciar a las grandes marcas que fabrican en talleres textiles con trabajo esclavo.
Desde nuestra modesta práctica intentamos generar una apertura de espacios de contacto para que el vínculo no sea inocuo o estéril. Buscamos salirnos de parámetros predeterminados y prejuiciosos y pensar juntos. Privilegiamos el compartir, la posibilidad de hacer circular la creación, buscando una desmercantilización de las prácticas y los conocimientos.
Los iconoclasistas propulsamos una resistencia desde el terreno de la comunicación y estamos articulados con otras luchas en una red común que desafía el dominio alienante del capitalismo globalizado y su dinámica de exclusión. A partir de la práctica autogestionamos formas de cuestionamiento a la hegemonía simbólica e intentamos erigir nuevas formas de contrapoder con respecto al Estado y a los partidos políticos mediante una creación que se libera de los límites que impone la privatización de los conocimientos, promoviendo la libre circulación, reapropiación, subversión y uso.
Más info:
Iconoclasistas: http://iconoclasistas.com.ar/
Liquidación del trabajo esclavo: http://iconoclasistas.com.ar/esclavo.php
Informe sobre talleres de costura ilegales: http://listas.nodo50.org/pipermail/agenciawalsh/Week-of-Mon-20060508/000792.html
http://www.anred.org/article.php3?id_article=1783
Escrache a grandes marcas con desfile de modas:
http://www.anred.org/article.php3?id_article=1693