De la pasión por el “dinero” a la defensa del “ahorro”. Transformances, arena pública e identidades
Diego Zenobi | Universidad de Buenos Aires
Abstract:
From the passion for “money” to the defense of “savings.” Transformances, the public arena, and identities
Toward the end of 2001, the Argentine Ministry of Economy announced a measure known as the “corralito bancario” (banking corral) that restricted the cash withdrawals depositors and savers could make via their accounts. This was one of several factors that provoked the massive street demonstrations that culminated in the events of December 19 and 20. This essay explores the way in which the struggle of the “ahorristas estafados” (swindled savers) translates into a public intervention. For such a process to be possible, the demand for financial restitution must be made on the basis of more than just individual rights and private property. This is where the figure of “savings” acquires importance and is presented as part of a common, collective, historically sedimented experience belonging to the national middle class. But this group of “ahorristas estafados” is not constructed simply through the invocation of a common, shared value, either. For this reason, in recognition of the generative force of performances, this essay accounts for the differential effect that performances have on the identity of the subjects that embody them. In order to account for the performative dimension of these performatic exercises, it is necessary to untangle their dynamics and uncover their status as “transformances.”
Introducción
La crisis argentina del año 2001 tuvo su momento culminante con el “cacerolazo” del 19 y 20 de diciembre de ese mismo año que terminó con el mandato del entonces presidente Fernando De la Rúa. Masivamente lanzada a las calles batiendo las cacerolas, la población porteña tomó la Plaza de Mayo y la explanada del Congreso Nacional, centros simbólicos (Geertz 1994) del poder político nacional. Mayormente compuesta por familias y personas de clase media, la concurrencia acompañaba el batir de las cacerolas con el grito de “Que se vayan todos”.
Entre algunos de los varios motivos que dieron lugar a esta expresión masiva en la arena pública se encontraba la declaración del “Estado de Sitio” por parte del gobierno nacional. Tal situación implicaba una reducción de las garantías individuales por tiempo indeterminado. La medida respondía a los saqueos generalizados a comercios que se venían produciendo en los días anteriores en la capital del país y en algunas ciudades del interior. También pretendía disipar la progresiva reunión de manifestantes que se venía dando desde el mediodía del 19 de diciembre en la Plaza de Mayo como consecuencia de la crisis política y económica que anunciaba los últimos días del gobierno de De la Rúa. Por otra parte, debe considerarse que apenas unas semanas atrás había sido promulgada la medida del Ministerio de Economía conocida popularmente como “corralito bancario”. El “corralito” en cuestión puso un cerco –de ahí la metáfora– a las extracciones en efectivo que depositantes y ahorristas podían realizar a través de sus cuentas. Tanto el “corralito” como la devaluación de la moneda nacional realizada unas semanas después por el gobierno de Eduardo Duhalde[1] dieron lugar al comienzo de fuertes manifestaciones de protesta que incluyeron el traslado del “cacerolazo” como signo de protesta de los clientes-ahorristas al ámbito de las sucursales bancarias.
De este modo, en el marco general de la crisis mencionada asistimos a la aparición de nuevas identidades políticas que dicen y hacen lo suyo en el ámbito de lo público. A diferencia de las luchas piqueteras que han tenido una presencia importante en los medios y en la agenda política desde mediados de los ’90, el movimiento asambleario[2] y el de los “ahorristas estafados” –surgidos principalmente en la Capital Federal– se han sumado al ritmo de la protesta luego de las jornadas de diciembre y han sido caracterizados desde el decir popular y el de diversos analistas como manifestaciones de “clase media”.
El intento por instalar el problema de los ahorros retenidos como una cuestión de pública incumbencia ha sido una práctica típicamente desplegada por ahorristas de clase media recurriendo a una serie de ejercicios a través de los que instituyen una particular situación témporo-espacial articulada alrededor del símbolo del “ahorro” como un valor moral y afectivo compartido. Estos ejercicios se constituyen en una suerte de metalenguaje que habla acerca del proceso social mismo (Turner 1987) y, para ello, se plantean como rupturas o discontinuidades, es decir como desórdenes con respecto al flujo continuo del orden cotidiano. Estas acaloradas prácticas de desorden son desplegadas en las marchas de protesta que se realizan tres veces a la semana en el marco de la calle peatonal Florida del microcentro porteño apelando a contenidos de orden performático. Así, los ahorristas ponen de manifiesto una situación de conflicto en la arena pública: la “protesta” “implica una irrupción conflictiva en el espacio público orientada al sostenimiento de una demanda (en general con referencia directa o indirecta al Estado)” (Schuster y Pereyra 2001: 47; énfasis nuestro). Es así que en la situación témporo-espacial instituida a través de estos ejercicios los ahorristas pueden desplegar una serie de acciones que en otros contextos podrían ser sancionadas por desafiar la ley y el orden que ella sostiene e instituye: la tensión entre “ley” y “legitimidad” atravesará de este modo toda la puesta en escena.

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Las performances
Aún en la actualidad el grupo de ahorristas manifestantes que reclaman la devolución del cien por ciento de sus depósitos en pesos y en dólares se reúne los días lunes, miércoles y viernes a partir de las 12.30 en la concurrida y céntrica esquina de Florida y Diagonal Norte.[3] El mismo está compuesto principalmente por personas mayores de 50 años. Cuando se hace la una de la tarde los ahorristas que están desparramados charlando entre sí comienzan a concentrarse. Una vez que el grupo ronda las veinticinco o treinta personas, se inicia la peregrinación. El recorrido incluirá las siguientes sucursales bancarias: Bank of Boston, Citiibank, Lloyd’s Bank, Banco Francés, Banco Río, Banco Ciudad, Banco Galicia y Banco Itaú.
En su recorrido, este grupo apela a una gran cantidad de recursos para producir el desorden que caracteriza a sus marchas-performances y altera notoriamente el ritmo cotidiano de esta calle del microcentro porteño típicamente transitada por empleados administrativos, por gente que está trabajando y turistas. El caos producido se basa en la generación de todo tipo de ruidos, utilizando para ello un megáfono, sirenas, maracas, fierros, martillos, envases de yogurt rellenos con arroz, silbatos, cacerolas, llaves y artefactos especialmente construidos para ese fin, entre otros. La performance de los ahorristas no sólo se ve, sino que también puede oírse. Además de los ruidos inarmónicos y desordenados suelen entonar cánticos contra el gobierno nacional y los bancos: “¡¡¡Chorros, chorros, chorros, devuelvan los ahorros!!!; Cacerola, Cacerola, Cacerola, Cacerola, nos devuelven los ahorros o los colgamos de las bolas.”
A través de esta tecnología manifestante (Pita 1999) y al modo del “bricoleur” que crea con lo que tiene a mano, los ahorristas construyen su propio escenario. La calle Florida se convierte en un espacio transformado para la ocasión, no sólo simbólica sino también materialmente. Las marcas en el paisaje delimitan el territorio, señalan una espacialidad intervenida, un marco particular que es creado por una serie de acciones e intervenciones.

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En este tiempo/espacio particular se produce, en algunos casos, una adecuación entre la vestimenta y la performance, entendida como una situación diferente y disruptiva en relación al tiempo/espacio cotidiano. Es habitual encontrar ahorristas que modifican su aspecto exterior exclusivamente durante el tiempo que duran estas marchas con el objetivo de presentar una escenificación.
Mientras se van desplazando, algunos de los ahorristas parecen tener designados papeles específicos que reproducen en casi todas las marchas. Por ejemplo, en todas las marchas hay un señor que golpea siempre los semáforos y los postes de luz con un martillo, una señora que pinta las paredes con marcadores o aerosol, un hombre que lleva un recipiente con engrudo y pega y reparte carteles hechos por él mismo, otro que se encarga de leer textos por megáfono, etc. Estos roles son desplegados a través de aquella particular tecnología manifestante que da cabida a la creatividad individual. Pero las iniciativas individuales son actuadas sobre una rutina establecida: hay un trayecto y un repertorio estandarizado y es sobre esta característica que se dan las variaciones posibles.
Así como la performance inaugura una relación espacio-temporal particular, la misma cuenta con una dinámica interna que le resulta propia. Estas marchas tienen momentos “altos” y momentos “bajos”. Si en algunos momentos quienes llevan la bandera que identifica al grupo y encabeza las marchas—y que lleva pintada una alcancía con forma de chancho, símbolo del ahorro—no la sostienen lo suficientemente alta o a la vista, la bajan o aflojan la tensión de los palos que la sostienen, ésta prácticamente desaparece del espacio de la calle peatonal. Entonces el conjunto de los ahorristas—excepto quien está claramente vestido o disfrazado para la ocasión—más o menos se confunde con los transeúntes. Esto suele ocurrir en el trayecto entre un banco y otro—es decir entre una y otra “escala” del recorrido—entre los que pueden mediar unos veinte metros. Durante estos momentos cada manifestante está “en la suya”, hablan entre sí de temas completamente ajenos a lo que los convoca o miran las vidrieras de los negocios de la calle Florida. A su vez, los cánticos y las acciones performáticas se tornan difusas, ocasionales e individuales. Estos momentos “bajos” no implican mayores contenidos performáticos.
Al llegar a otra sucursal bancaria –es decir al arribar a una de las “escalas”– se detienen frente a la misma y, en el caso de que el edificio esté protegido con chapas, comienzan a golpearlas con encono y con toda la tecnología que tienen a su disposición: llaves francesas, martillos, masas, destornilladores, etc. En los casos en los que no hay chapas de protección sino sólo custodia policial, no faltan las patadas a los vidrios, los huevazos y las pintadas con marcador y aerosol. También puede ocurrir que rompan bolsas de basura, clasifiquen los desperdicios y al encontrar algo que consideran contundente—como una botella de vidrio—lo arrojen al frente encofrado de algún banco. En estas “escalas” se dan los momentos “altos” y más apasionados de las marchas: aquí se concentran los momentos más ricos de las performances. Durante ese momento aumenta el tenor de la escenificación y los cánticos ganan volumen. Cada integrante recupera su papel o se inventa uno; el circuito recobra coherencia y las acciones se concentran en una situación témporo-espacial más clara.
Unas tres horas después de haber comenzado el recorrido, la marcha se detiene en la última sucursal bancaria situada en la esquina de la Avenida Corrientes y Florida. El regreso hasta el punto de partida se da con un ánimo de retirada, es decir, preferentemente sin cantos y sin detenerse en cada sucursal, por lo que podría considerarse un momento “bajo” de las mismas.
Imaginarios en disputa
Para que un problema devenga público es necesario un trabajo colectivo que lo instituya como tal. La instalación de un problema como público, es decir, el proceso de su publicización, surge del trabajo de puesta en escena, de explicitación de motivos por los cuales comprometerse, de debate y de actuación pública en performances como la que acabamos de describir y que resultan desplegadas en la arena pública en tanto ámbito de deliberación y disputas hegemónicas. En el curso de estas performances, en tanto recursos que permiten articular el trabajo colectivo para lograr tal publicización, se actualizan y ponen en juego diversos sentidos e imaginarios. Para comprender el modo en que estos ahorristas de clase media trabajan para impugnar los señalamientos que pretenden que su reclamo está basado en una cuestión meramente relacionada con el interés individual y la defensa del dinero como un fin en sí mismo, es necesario dar cuenta del imaginario estigmatizante alrededor de la clase media argentina con el que estos actores discuten.
[4]De la pasión por el “dinero”…
Los sectores medios de nuestro país han sido frecuentemente asociados a una posición de neutralidad complaciente con los procesos políticos vividos en las últimas décadas: liberalización de la economía, apertura de los mercados, desregulaciones varias…en fin, las promesas del neoliberalismo globalizante. La pretendida “complacencia” de la clase media con las políticas neoliberales fue interpretada a través de elementos tales como el “voto cuota” de 1995, donde la ciudadanía argentina en general, pero fundamentalmente los sectores pertenecientes a los grandes centros urbanos y a las clases medias, consagraron la reelección del presidente Menem:
El menemismo [cuenta con] con la complicidad de la clase media a la que le propone, bajo la condición del sacrificio de lo que ahora son catorce millones de pobres, realizar esa utopía (…) consumista al modelo Miami. Es el capricho de quien tiene su subjetividad entregada al confort, a la comodidad, a la complacencia. No es casual que todo este movimiento sea de gente que nunca militó en nada, que nunca salió a la calle (…) (Kauffman 2002).
Enfatizando en la dimensión del perjuicio económico que estaría en la base de la protesta, las primeras interpretaciones sobre el reclamo ahorrista abundaron en expresiones que subrayaban la existencia de las marchas-performances que aquí nos ocupan como un simple efecto de sujetos movilizados por el interés económico y utilitario en sus depósitos. Por estos motivos se han señalado los límites del reclamo ahorrista ya que se lo ha acusado de recluirse en una cierta “inmediatez”: “La multitud no sabe si el divino ahorrista está en condiciones de cargar a sus espaldas una historia mayor o de sólo actuar en base a intereses personales” (González 2002).
En aras de encontrar a los responsables de su “tragedia”, algunos analistas han señalado que son los ahorristas los propios responsables dado que aceptaron jugar con las reglas del mercado financiero. Desde estas posiciones, participar en ese campo contemplaba la posibilidad de perder el dinero depositado ya que el mismo incluye entre sus principios el de “riesgo financiero”. Entonces los ahorristas son transformados en actores que optaron por sumar beneficios económicos a partir de depositar su dinero en entidades financieras y bancos que les garantizaban ciertas ganancias como consecuencia de la especulación financiera: “[los ahorros] estaban en el banco en función de unas promesas que el banco hizo. Y las promesas no eran productivas sino especulativas […] el desasosiego [de estos ahorristas] es una relación con el azar” (Lewkowicz 2003: 170). En este sentido entre el público circulante por la calle Florida puede escucharse: “Lo único que piden es su platita, que les devuelvan sus dólares… pero ellos también estaban especulando con ganar más plata a partir de los intereses que les daban los bancos por esos depósitos.”
Sentidos como los recién expuestos permitieron que la protesta, asociada a la defensa de los intereses de “la clase media acorralada”, fuese descalificada como un reclamo “impuro” asociado al “interés egoísta” de estos ahorristas. Es este el marco general en el que las performances sobre la calle Florida resultan impugnadas por parte de la población que considera que las prácticas de desorden que ellos despliegan no están legítimamente fundadas.
...al “ahorro” como valor compartido
Uno de los intentos de los ahorristas al pretender instalar el propio reclamo como una cuestión pública es legitimar el desorden performáticamente producido sosteniendo que el mismo no resulta del conflicto entre simples intereses individuales y la dupla gobierno/bancos: “para que las críticas, denuncias y reivindicaciones sean aceptables, deben ser formuladas en términos que no las conviertan en la expresión del interés particular” (Cefaï s/ref: 108). Justamente, desde la perspectiva ahorrista, es la comunidad toda la que debería solidarizarse con su causa porque, según afirman, de un modo u otro el problema incumbe no sólo a los ahorristas sino a todos los ciudadanos. Es así que los sentidos recién mencionados entran en disputa y son discutidos desde los discursos y las prácticas performáticas de los propios ahorristas. El modo de hacerlo es apelando al imaginario sedimentado alrededor de la práctica del “ahorro” y contemplando la posibilidad de construir el propio reclamo como una cuestión pública que involucra valores colectivos compartidos sobre todo por la clase media argentina. De este modo, un reclamo que en principio se encuentra relacionado con el dinero y la propiedad privada es codificado en otros términos: “somos clase media. Estos ahorros eran el producto de años de trabajo. Son para que mis hijos tengan un futuro mejor y esa guita yo la hice laburando [trabajando]. Siempre fue así…” La percepción de una continuidad histórica entre el esfuerzo personal y el reconocimiento a ese esfuerzo dan cuenta de la esencia de la ideología meritocrática (Martins Pinheiro Neves 2000; Zenobi 2006) y nos habla del vínculo entre el trabajo y su recompensa, el ahorro y las posibilidades de movilidad social.[5] Los ahorristas discuten de este modo con quienes sugieren que este es un reclamo avaro e individualista, propio de una clase media apasionada por el dinero que sólo intenta cumplir con su “utopía consumista”. El ahorro no es sólo percibido como una necesidad utilitaria, sino que se presenta también como un valor moral y afectivo, es decir que los alcances de los sentidos puestos en juego en este reclamo van mucho más allá de la dimensión pragmática del mismo:
...la posibilidad de ahorrar […] es algo absolutamente constitutivo de las clases medias […] Si uno ahorra es para el futuro [...] [después del “corralito”] ya no se puede tener proyectos, ya no hay futuro y por lo tanto no hay expectativas de movilidad. En la Argentina uno de los datos más importantes, desde fines del siglo XIX, era la movilidad social y las expectativas que creaba. (Torrado, citado en Fava, 2004: 53).
En el mismo sentido entre los relatos sobre los motivos que impulsan a estos actores a protestar públicamente puede encontrarse siempre un plus o un componente extra que hace del dinero una cuestión en apariencia secundaria. Entonces, estos ahorristas luchan “por nuestros hijos”, “por el futuro”, “por la salud”, “por los proyectos” etc., sumando a “dinero” una serie de componentes afectivos que lo particularizan de un modo específico. Del mismo modo, vincular la palabra “dinero” a otra serie de significantes implica relacionarla con otros mundos que son valorados positivamente tales como el trabajo o la familia: “¡No salimos sólo porque nos tocaron el bolsillo! ¡No sólo nos robaron nuestros ahorros: nos tocaron el futuro, los proyectos, la salud!” La sustitución simbólica del significante “dinero”, “mi dinero” o aún “nuestro dinero” y su concatenación con otros sentidos socialmente legitimados dan cuenta de que hay significados implicados en las performances que aquí nos ocupan que, desde la visión de los propios actores, exceden claramente la dimensión económica del reclamo. Así decía un ahorrista: “El banco se quedó con el futuro de mis hijos. La plata que tenía depositada era para pagarle un posgrado a mi hija. Hoy sin un posgrado no sos nada.” De este modo el dinero siempre tiene una finalidad que resulta moral y afectiva y que lo excede en su “impureza” y, en lugar de ser pensado como un fin en sí mismo, es conceptualizado como “ahorro”: un medio atado a ciertos valores socialmente legitimados.
Transformances
Lo que se puede hacer y lo que no dentro de estas situaciones son cuestiones que resultan adecuadas al nuevo contexto performáticamente inaugurado dando cuenta de una tensión entre legalidad y legitimidad. Es este último criterio el que resulta ser observado y privilegiado dentro del espacio de las performances ahorristas. Sin embargo no resulta de esto que cualquier actor pueda realizar cualquier tipo de acción sin ser sancionado: no todo está legitimado en el espacio de las marchas en nombre de la defensa del “ahorro” o de “nuestros hijos”. En el mismo sentido ciertas acciones deben ser desplegadas en ciertos momentos específicos. Es éste un espacio con reglas de procedimiento que están inscriptas en su propia dinámica y que deben ser observadas si se quiere participar del juego.
Episodio 1—Una confesión
¡Es notable que los bancos del centro de la ciudad atiendan atrás de estas chapas! Al principio la policía nos dejaba entrar a los bancos: era un jolgorio. Entrábamos y rompíamos algunas cositas, gritábamos, hacíamos lío… Después pusieron las chapas y ya no pudimos entrar más.
En los primeros meses de 2002, los bancos porteños adoptaron una actitud defensiva –protegerse recubriendo sus frentes con enchapados– en lugar de esperar que la policía reprimiese un acto supuestamente ilegítimo. La adecuación de las superficies de los bancos a los golpes de los ahorristas nos habla de una cierta legitimidad implícita en esos actos de protesta y aún de destrozo. Es así que en los primeros meses estaba permitido el ingreso a las sucursales bancarias y a las entidades financieras en las que los manifestantes rompían algunas cositas, como decía uno de ellos.
La posibilidad de ingresar a los bancos repetidas veces y de generar disturbios en su interior tiene que ver, por un lado, con el clima social generalizado de fines de 2001 y principios de 2002 en el que los desbordes estaban a la hora del día. Pero también está relacionado con el hecho de que esto sólo podía ocurrir en una situación témporo-espacial que era construida y sostenida como legítima. Por este motivo, algunas acciones, que en ciertos contextos podían ser consideradas “violentas” y por lo tanto ser sancionadas dado que resultaban ilegales, encontraban en este espacio/tiempo la posibilidad de ser desplegadas. Es así que las protestas en el interior de los bancos siempre fueron organizadas y desplegadas grupalmente como parte de las marchas-performances. En las excepcionales ocasiones en que algún ahorrista, actuando de modo individual, es decir por propia iniciativa y fuera del espacio de las marchas, realizó algún destrozo en una sucursal bancaria la policía actuó inmediatamente y la persona en cuestión resultó detenida.

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Episodio 2—El lugar indicado
Otra de las situaciones que notoriamente responden a las condiciones inauguradas por esta situación espacial y temporal modificada es la que queda evidenciada por la interacción entre policías, bancos y ahorristas en un momento clave tal como es el de golpear las chapas que protegen a las sucursales bancarias.En el curso de estas acciones la agencia policial se encarga de custodiar con una fila de uniformados los frentes encofrados de los bancos. Sin embargo, debe notarse que los agentes dejan libres una serie de espacios o huecos para que los ahorristas puedan descargar sus golpes sin ser sancionados. La agencia policial es quien administra la dosis de violencia que se le permite utilizar a este grupo.[6] Sólo aquellos espacios “liberados” son los habilitados por la policía para recibir las descargas de fierros y martillos. En el caso de los intentos por ejercer estas dosis de violencia fuera de estos espacios autorizados, algún uniformado debe encargarse de dar curso a la institución de un límite. Esto ocurre, por ejemplo, cuando alguno de los ahorristas golpea las chapas que recubren y protegen a los bancos pero lo hace por fuera del espacio habilitado a tal fin por la policía. Entonces un uniformado le dice a una ahorrista: “Acá no puede golpear, señora. Ahí, por favor, golpee en el hueco.” La señora que bate su martillo debe entonces aceptar la propuesta del agente policial y correrse para golpear en el lugar indicado.

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Episodio 3—Fuera de Tiempo
De acuerdo con la caracterización esbozada más arriba sobre la dinámica de estas performances, hemos señalado que, según el momento, las acciones performáticas pueden desaparecer del todo o apaciguarse. También mencionamos que ciertos manifestantes desempeñan roles específicos dentro del grupo. El ejemplo que aquí tomaremos es el de Pedro, un señor de unos 75 años que se especializa sistemáticamente en golpear con un martillo los semáforos, lo que produce un ruido muy agudo y muy fuerte. Recuperando aquella distinción entre momentos “altos” y “bajos” puede notarse que mientras el señor en cuestión despliega sus acciones dentro de los momentos “altos” de la performance, no recibe impugnación alguna. Sin embargo, el hecho de que su accionar sea cuestionado o no según el momento puede hablarnos acerca de la particular dinámica de estos recorridos. Así, en una de las marchas, y hasta llegar a la próxima “escala”, los ahorristas se dispersaban, nadie hacía ruido y la bandera que los identifica no se veía con claridad en el paisaje de Florida. Cuando Pedro quedó rezagado respecto de la marcha—a unos veinte metros del núcleo de manifestantes—y golpeando muy fuerte y con mucho énfasis un semáforo, su accionar resultó impugnado: un empleado de un negocio se asomó gritando, “¡Viejo! ¡Andáte a hacer ruido a otra parte, la puta que te parió!” Enseguida se sumarían dos o tres personas más quienes harían lo propio insultando muy fuerte al ahorrista en cuestión.
En este caso, lo sancionado estaba relacionado con que, si bien “el golpe del semáforo” estaba incluido dentro del tiempo y del espacio de la performance más amplia, la conducta de nuestro amigo no estaba respondiendo a la dinámica propia de las mismas. Esta dinámica establece que las acciones más decididamente performáticas, las acciones más fuertes o arriesgadas (como hacer ruido a un nivel intolerable, romper un vidrio o arrojar huevos o botellas de vidrio) sólo pueden ser llevadas a cabo legítimamente –aunque no sin disputas– en las “escalas” y en los momentos “altos”. Pedro estaba convencido de que podía martillar el semáforo todo el tiempo que se le antojase dado que estaba participando de una performance, es decir, de una situación espacio-temporal que lo habilitaba. Sin embargo, alguien de afuera –que sin saberlo ha comprendido mejor que él la dinámica interna de la escena– lo sancionaba y él aceptaba la sanción.
Es así que este tipo de escenas que nos revelan situaciones diversas que pueden resultar paradójicas o contradictorias, tales como el “rompíamos algunas cositas” dentro de los bancos sin ser detenidos por la policía, o el hecho de que la policía habilite un espacio para que los ahorristas destrocen las chapas que los protegen, o el episodio de Pedro, quien, haciendo lo que hacía habitualmente– golpear con un martillo un semáforo, esta vez resultaba repudiado. Sin embargo, pueden ser comprendidas al ser vistas desde este modelo y desde esta particular visión de la acción social entendida en términos performáticos. Encontramos que hay situaciones determinadas que sólo son toleradas dentro de este espacio reclasificado, en la medida en que han sido construidas y sostenidas como legítimas y responden a la propia dinámica performática. El conflicto y algunas formas controladas de violencia pueden ser sobrellevadas o soportadas dentro del espacio/tiempo instituido si son desplegadas de acuerdo a las reglas del juego, corriendo el riesgo de ser impugnadas si no respetan esa dinámica.
Estas escenificaciones por la devolución de los ahorros retenidos en las que juegan imaginarios en disputa se despliegan en un espacio que se presenta como “un lugar donde se logran transformaciones de tiempo, lugar y personas” (Schechner 2000: 84). Es en este sentido que la performance es una transformance: el ejercicio performático modifica, transforma ciertas disposiciones establecidas, a partir de una escenificación. Dentro de esta situación tiempo/espacio los sujetos se sienten libres “para adoptar conductas que en otros momentos serían prohibidas. Más aún, no sólo se permite esa conducta especial que de otro modo sería prohibida, sino que se la estimula […]” (Schechner; 2000: 73). Pero esta alteración del orden cotidiano va mucho más allá de la mera transformación material del espacio y transforma también las reglas de sociabilidad inscriptas en el mismo que determinan qué está permitido hacerse allí y qué resulta improcedente.
La performance como modelo "para" y como modelo "en".
La performance se constituye en un esfuerzo estratégico y deliberado por representar algo, por decir alguna cosa acerca del mundo y por modificarlo, y lo hace corporizando “la dimensión expresiva de la articulación estratégica de la práctica. Esto es manifiesto en el aspecto expresivo del ‘cómo’ algo es hecho en una ocasión particular […] el modo en el que una práctica es practicada” (Schieffelin 1998: 199). De este modo, la dimensión instrumental de la agencia resulta explícita y los reclamos se actualizan como tales a partir de una finalidad “para”.
Sin embargo estos ejercicios cívicos y colectivos van más allá de sus posibilidades expresivas e instrumentales que les permiten trabajar por la visibilidad y performativamente crean identidades políticas a partir de una apropiación diferenciada del espacio urbano que exagera, ridiculiza, parodia e ironiza: “Los actores colectivos no preexisten como tales a las configuraciones dramáticas y narrativas sino que son configurados por eso que ellos mismos configuran” (Cefï s/ref: 7). En el caso de los ahorristas, la acción colectiva constituye nuevas identidades políticas y sociales al desplegar las escenificaciones en la arena pública en la medida en que esas identidades no emergen por sí mismas de las acciones ofensivas por parte del Estado y los bancos, tal como en este caso lo es la confiscación de los depósitos, sino que requieren de un trabajo colectivo que las instituya en su condición de emergentes. Por esto, si bien es cierto que los ahorristas hacen performances, no es menos correcto afirmar que las performances hacen ahorristas. De este modo la performance se presenta como un recurso que es tomado por estos sujetos del mismo modo en que los ahorristas son tomados y creados por la performance. Es necesario, entonces, dar cuenta de la dimensión performativa de estos ejercicios performáticos.[7]
Durante estos momentos, los participantes no sólo despliegan acciones estetizadas que son actuadas para un público: ellas también tienen como destinatarios a los propios ahorristas. La intervención sobre la zona elegida modifica cualitativamente las identidades políticas de los sujetos que corporizan las performances. La relación inaugurada por estos ejercicios entre la materialidad de los cuerpos manifestantes y el uso social y político del lugar elegido es lo que determina que la transformance no implique sólo una transformación del espacio sino que también produzca una transformación de las identidades políticas de los actores sociales: la identidad de los ahorristas estafados se constituye a través de una serie de actos repetidos y estilizados que no son sólo dramático-expresivos sino que también son performativos, es decir, que constituyen realizativamente la identidad política que pretenden estar expresando. Esta no es una identidad previa a las performances que ahorristas preconstituidos como sujetos políticos despliegan en la arena pública sino que se constituyen como tales “en” y a través de este movimiento[8] en el que intentan instalar públicamente su reclamo actualizando diversos sentidos alrededor de la práctica del ahorro al que presentan como un valor moral y afectivo. Es posible, entonces, conjugar la idea de lo performático como actuación y despliegue de recursos estéticamente fundados con la de performatividad como anticipación, como producción y construcción de un fenómeno en el mismo momento en que se lo comunica a través de prácticas discursivas y de dispositivos performáticos como los aquí analizados. En tanto modelo “en” el que se realizan los sujetos políticos, en estas performances lo actuado y lo creado van de la mano a través de estos actos estilizados que constituyen la identidad de los “ahorristas estafados” de clase media que aquí nos han ocupado.
Notas
[1] Durante la década del los '90 la paridad cambiaria entre el dólar estadounidense y el peso argentino fue de 1 a 1. En las semanas posteriores a la devaluación esa equivalencia estalló por los aires y la relación llegó a ser de 4 pesos=1 dólar estadounidense. Los ahorristas que tenían sus depósitos en dólares comprendieron entonces que luego del "corralito" las posibilidades de que les restituyeran sus depósitos, y de que esa restitución respetara su nuevo valor en dólares, era cada día menos probable.
[2] Nos referimos al surgimiento de las Asambleas Populares que se dio en los días posteriores a diciembre de 2001. Las mismas consistían en reuniones vecinales que se daban en diversos espacios públicos, preferentemente plazas y parques, en las que los vecinos debatían sobre los hechos políticos que acontecían en el momento y promovían la participación en marchas y actividades varias. Al respecto puede consultarse Fava 2004.
[3] Nuestro trabajo de campo fue realizado entre mayo de 2003 y marzo de 2004. En el curso del mismo asistimos a una gran cantidad de marchas de ahorristas y realizamos entrevistas. En ese momento las marchas reunían un promedio de 70 personas pero podían llegar a reunir hasta 800 manifestantes según la ocasión. Si bien las fotos y el presente trabajo se basan en las particularidades observadas durante este período aún hoy puede verse a un grupo de unos veinte ahorristas manifestándose sobre la calle Florida y desplegando acciones del tipo de las que aquí describiremos.
[4] En relación a este imaginario estigmatizante puede consultarse Fava-Zenobi 2006 en donde se analizan las huellas fundantes del mismo y su fuerte presencia en los análisis intelectuales sobre el “cacerolazo” del 2001.
[5] La ruptura que trajo aparejada la crisis que comenzó a gestarse hacia finales de la década de 1990 fue percibida como una ruptura de estas experiencias históricas: “el quiebre de una sociedad meritocrática es una de las claves de lectura más difundida de la crisis de la clase media” (Kessler, 2000:32).
[6] Esta violencia con cuentagotas no sólo encuentra límites externos sino que dentro del mismo grupo se trabaja en la construcción de un límite siempre inestable e indefinido que determina “hasta dónde se puede llegar”. Esto ha sido explorado en otro trabajo (ver Zenobi 2004).
[7] Al introducir la distinción entre “performático” y “performativo” lo hacemos basándonos en Taylor, quien sugiere que “recurramos a (…) -performático- para denotar la forma adjetivada del aspecto no discursivo de ‘performance’” (2002: 5). De este modo, performativo es utilizado para dar cuenta del carácter realizativo de estas expresiones y de los discursos y prácticas que las constituyen.
[8] Si bien aquellas personas a las que les han sido retenidos sus depósitos y que no se manifiestan públicamente en estos espacios pueden ser consideradas ‘objetivamente’ como ahorristas estafados, entendemos que la confrontación de la acción colectiva en el espacio público es lo que imprime una dimensión política a esta identidad y permite la creación de un colectivo. Sí existe la dimensión personal de la tragedia y de la experiencia de la ‘estafa’ como fenómeno previo. Sin embargo, ésta adquiere un cariz completamente renovado cuando es recuperada desde la arena pública.
Obras Citadas
Cefaï D. s/ref. "Acción asociativa y ciudadanía común ¿La sociedad civil como matriz de la res pública?" En Aprendidendo a ser ciudadanos. Experiencia social y construcción de ciudadanía entre los jóvenes.
Fava, Ricardo. 2004. La clase media y sus descontentos. Tesis de licenciatura. Departamento de Antropología. Facultad de Filosofía y Letras. UBA. Mimeo. Buenos Aires.
Fava y Zenobi. 2006. "La clase media, entre lecturas de lecturas. Apuntes sobre la reconstrucción de un objeto indigno". En Actas de las 1º jornadas de Ciencia Política. Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales. Univ. de El Salvador.
Geertz, Clifford. 1994. "Centros reyes y carisma: una reflexión sobre el simbolismo del poder". En Conocimiento local. Buenos Aires: Paidós.
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