
Los narcocorridos, expresiones culturales de la violencia
Anajilda Mondaca Cota | Universidad de Occidente, Unidad Culiacán>
La violencia criminal se transmuta en estigma que afecta a la víctima, el asesinato se convierte en venganza, la violación tumultuaria se vela como “levantón” y se acalla como vergüenza personal. El lenguaje se contamina de espanto, la mirada se congela, estupefacta, en un solo punto, vacío de sentido, en que palabra y pensamiento han estallado. Como en un espejo roto, vemos sólo fragmentos...
—Lucía Melgar
Los narcocorridos son composiciones musicales que cantan y se cuentan las historias y aventuras del mundo del narcotráfico y de los narcotraficantes. Surgen en la frontera norte de México, y tienen su mayor asiento en el estado de Sinaloa, concretamente en su capital, Culiacán. Como parte de la música popular, el narcocorrido se alimenta de las tradiciones corridísticas que han acompañado a los pueblos mexicanos desde la época independentista, con mayor auge durante la Revolución Mexicana.
En sus inicios se le llamaban simplemente corridos de tráfico de drogas ilícitas. En la medida en que la temática abarcó más allá de los peligros y las hazañas, cambió a canción exaltadora de la vida ostentosa y placentera del narcotraficante (Ramírez-Pimienta)[1], y cambia su denominación a narcocorrido. En esencia, los narcocorridos conservan parte de la estructura de los corridos tradicionales, por lo que se considera que son una evolución de éstos y no precisamente un nuevo género musical, con excepción de las temáticas cantadas. En sus narrativas dan cuenta de la violencia, el poder, la muerte, el consumo suntuoso y los placeres, derivados de las acciones del narcotráfico. Los personajes del narcocorrido conservan ciertos elementos del papel otorgado al héroe del corrido tradicional: son carismáticos, dispuestos a enfrentar situaciones de peligro, a arriesgar su vida, ponen a prueba la lealtad y el valor siempre al margen de la ley, son benefactores de su pueblo y en correspondencia reciben su protección; sin embargo no dejan de ser personajes violentos, corruptos y asesinos. Vemos entonces una ilegalidad contemporánea representada por el narcotráfico, la cual produce y difunde su propia expresión a través de la música. Así, los narcocorridos se convierten en el medio que vehiculiza e integra una gran variedad de componentes y dispositivos donde expresan las formas simbólicas objetivas e interiorizadas de la cultura, dentro lo que se conoce como narcocultura.[2] Los hechos que narran los narcocorridos forman parte de la vida cotidiana, de muchos lugares de México, pero sobre todo aquellos donde el narcotráfico tiene un asiento histórico como es el caso de la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Son crónicas y boletines de prensa que ofrecen información sobre el mundo del narcotráfico y las amplias y variadas articulaciones que desde él se construyen y relacionan con otros espacios de la sociedad. Son el contrapeso de la información oficial; plantean muchas de las complicidades institucionales y la participación de diversas figuras de los ámbitos legítimos que ayudan, protegen o sirven a los grandes narcotraficantes. (Valenzuela, 2002).
Pero los narcocorridos van más allá de las letras, los sonidos y los ritmos. La existencia de elementos (expresiones, datos, lugares, ciertos códigos, etcétera) emanados del narcotráfico, instaurados en la narcocultura y observables en los narcocorridos, son capaces de producir sentido, y cada vez son más codificables entre sectores de la población que los escucha, pues son capaces de crear imaginarios, de reforzar ideologías y de servir de reflejo y espejo de todo los que representa el mundo narco. De igual manera, el planteamiento de la ilegalidad y la paralegalidad, en los narcocorridos, arroja muchas señales de la descomposición y las complicidades entre los grupos organizados y las instancias que debieran contenerlos. Es por ello que la existencia de un discurso abiertamente desafiante (Heaú), a través del narcocorrido, es un desafío al poder en la medida en que desacredita el discurso público y, por ende, desacraliza ese mismo poder. En más de cuatro décadas de existencia, los narcocorridos han “evolucionado” tanto en el lenguaje como en el propio sentido del discurso. La apología ya no es solo de los personajes dedicados al narcotráfico y del delito, o de la droga como solía hacerse hasta hace poco tiempo.
En 2009, aparece una nueva corriente denominada “El movimiento alterado” o “corridos enfermos”, para colocar al discurso en otra dimensión, aún más desafiante, mucho más abierta en su lenguaje con el cual retratan de una manera brutal, la realidad de los ambientes y sucesos del narcotráfico. Entre los cientos de títulos están: El violento, Sangre de maldito, Siguen rodando cabezas, Los sanguinarios del M1, El encapuchado, 100 balazos al blindaje, Sicarias de arranque, El junior del viejón, Buchanas, cerveza y banda, entre otros.[3] Quienes describen esta “nueva era” afirman que surge en las calles y ranchos del estado de Sinaloa y toma fuerza con la difusión de videos en las redes sociales. Esto, supuestamente genera en los jóvenes un nuevo estilo de vida y ciertas características identitarias del movimiento: barba cerrada, ropa de marcas reconocidas, joyas llamativas y muy costosas, autos de lujo, bebidas caras como el whiskey Buchanans, pagar música de banda y "comer aguachile,[4] ser admirado y respetado por la gente”. Sin embargo, estas prácticas son muy antiguas en Sinaloa y son parte de la narcocultura de antigua data. Tampoco son exclusivas de este “movimiento”. más bien es la imagen del buchón[5] que sigue la combinación “tradicional” de música, lenguaje y modas. Esta corriente posee características propias de un proyecto mercadológico de espectáculos que abarca otros elementos no sólo la venta de música, como videos, playeras, camisas, gorras, ropa interior, entre otros, y cuenta con su radio oficial, de acuerdo con su página electrónica. Uno de los narcocorridos de este “movimiento” es el llamado “Empresas Inzunza”, del cual veremos, en algunas estrofas, cómo se cuenta y se canta al narcotráfico.
El asunto de fondo son las acciones de índole económica, organizaciones dedicadas al ajuste de cuentas y, suponen, paradójicamente, una adscripción al mundo económico legal: Suena el radio y contesta un hombre/Dice adelante estoy a la orden/Habla a la empresa ajustes Inzunza/Diga todo lo que le incomode/Es una persona mala paga/Así le contestó el del informe.
Hay una transgresión bajo una lógica mercantilista, centrada en la muerte. El negocio del narco ya no es sólo la droga, también es la muerte, mediante el sicariato, donde se implica con mayor fuerza el “modus operandi” criminal:
Quiere que sufra o lo quiere al instante/Con mensaje tirado en qué sitio/No señor yo quiero que lo quemen /Por traicionero y por abusivo/Yo le brindé toda mi confianza/Y mire con lo que me ha salido.
En tanto parte de un sistema de antivalores del mundo narco, la venganza adquiere fuerza como forma interiorizada de la narcocultura, por ser un acto de placer en quien la efectúa, debido al sentimiento de rencor que ocasiona el motivo que lo provocó. En este corrido se acentúa la apología del delito al evidenciar acciones totalmente ilegales bajo la modalidad del ajuste de cuentas a cambio del pago económico, el discurso apela a la justificación de lo ilegal, acción que debe realizarse por un anti-sujeto quien responde a los “principios éticos” que pretende defender. Por otro lado, se percibe una desconexión moral del anti-sujeto quien hace un distanciamiento del otro para eliminarlo, pues matar al otro parece más fácil si el yo se convence de la inhumanidad del adversario, de su perversión, pues eso lo hace diferente, ya que al no haber igualdad, no hay alteridad, y por tanto no hay compasión.
El personaje se convierte en el anti-sujeto, en el “clandestino” dispuesto a obedecer rápidamente a una lógica impersonal del triunfo de la causa, o de supervivencia del grupo que lo incita a realizar actos extremos y ser reconocido por ello. La clandestinidad, por tanto, es un espacio clausurado identitario con efectos pasmosos y sin los límites morales que le proporciona su entorno primario y bajo el efecto estructurante de una organización a la que considera todopoderosa (Crettiez, 2009). Tenemos un personaje con sed de venganza, pero contradictoriamente en nombre de la fe religiosa que profesa:
Es mi vicio la sangre enemiga/La venganza se me hizo un placer/Ahora torturas habrá un infierno/Soy sanguinario a más no poder… Yo juré y me propuse vengarlos/Gracias a Dios ya cumplí el encargo/Yo sé que Tacho se encuentra alegre/Me siento a gusto al no defraudarlo…
De esta manera, los narcocorridos contribuyen a la configuración de diversos sujetos. Expresan un gran número de historias y sucesos del narcotráfico y de la narcocultura en apretados contenidos, pero casi siempre concretos. Lo hacen con claridad y abren la imaginación y la posibilidad de transportar a otros mundos, a veces incomprensibles. En esas narrativas concretas se enuncia un mundo complejo, oscuro, el cual no obstante es real, palpable, pero ininteligible, salvo por las fuerzas que lo mueven: el poder por el poder, la fuerza de lo ilegal, lo político, lo económico, lo simbólico, el éxito, el consumo, el dinero.
Notas
[1] 16 de diciembre de 2008. Disponible en: http://impreso.milenio.com/node/8508566
[2] Entendida como un conjunto de manifestaciones culturales -simbólicas y concretas- vinculadas al mundo narco y su poder instituyente que opera paralelo al poder legitimado del Estado. Los elementos o componentes configuradores de la narcocultura, así como las formas que la expresan, son parte de una cultura que también actúa en paralelo a la cultura dominante, en tanto que han permeado las capas sociales, culturales, económicas y políticas de la sociedad.
[3]Se les puede localizar en cualquier buscador de internet.
[4]Comida típica sinaloense preparada a base de camarón fresco semicurtido en limón y sal con cebolla, pepino, chile y pimienta, generalmente acompañado con cerveza.
[5] El término buchón, se refiere a las personas relacionadas de una u otra forma con el narcotráfico y se caracteriza por usar vestimenta colorida y llamativa, joyas y autos o camionetas, todo nuevo; mucho maquillaje y cuerpos esculturales, uñas postizas exageradas y pelo negro, largo y planchado, en el caso de las mujeres.
Obras Citadas
Crettiez, Xavier. 2009.Las formas de la violencia. Buenos Aires: Waldhuter Editores.
Héau Lambert, Catherine. sin fecha.Poder y corrido. Una reseña histórica.Monterrey, ITESM.
Ramírez-Pimienta, Juan Carlos. 2008.“Tres momentos de la narcocultura,” Milenio,16 de diciembre.
Valenzuela Arce, José Manuel. 2002.Jefe de jefes. Corridos y la narcocultura en México, México DF: Editorial Plaza y Janés.