
Planeta de exiliados
Roger Lancaster | George Mason University
-
Expulsar significa instigar, empujar o forzar a alguien o algo fuera. Es un proceso físico violento que desplaza a personas o cosas de un lugar a otro. Un efecto adicional de la expulsión es la división, purificación o expurgación de categorías inestables. Es necesario no perder de vista ambos lados de la ecuación: por un lado, el movimiento a través del espacio físico, y por el otro el mantenimiento de un lugar conceptual.
-
Lo que resulta más moderno de las expulsiones contemporáneas (que en muchos casos se facilitan por biometrías complejas, tecnologías de rastreo electrónico y algoritmos de riesgo) es precisamente lo que más tienen de arcaicas. En esencia, la expulsión representa la destrucción de la persona, es separar a alguien de las redes y conexiones que le dan un lugar de pertenencia en el mundo y que lo definen como persona. Por esta razón, Sócrates eligió la muerte sobre el destierro: es preferible sufrir la muerte física que la social.
-
En su análisis del desaseo ritual, la antropóloga Mary Douglas observó ilustremente que la “mugre” no tiene propiedades intrínsecas, esta no es más que “materia fuera de lugar”. Mugre es lo que clasificamos como sucio, ni más ni menos (Douglas 2003 [1966], 36). Lo que cuenta ahí es la lógica (o la falta de lógica) del sistema de clasificatorio. Lo que cuenta es el imperativo sistémico de contener o limitar el elemento que se define como fuera de lugar o simplemente barrerlo a otro espacio, para así mantener la pureza o la homogeneidad del lugar. Douglas, que es funcionalista, describe el mantenimiento del orden social como una práctica obsesivo-compulsiva de limpieza.
-
La filósofa feminista Julia Kristeva parte del esquema de Douglas, pero le da un énfasis diferente: ella describe la reacción visceral que tiene lugar cuando las categorías del sistema clasificatorio se vuelven borrosas o indefinidas. La repugnancia involuntaria, náusea, vómito, expulsión, el desechar algo, etc., son momentos en un proceso (no un estado) que ella define como lo abyecto. Usualmente asociado al éxtasis del fervor religioso, la abyección es un proceso de degradación, pero en la interpretación de Kristeva también sirve como una fuente de lo sagrado y funciona perpetuamente como el lugar de origen de la identidad (Kristeva 1982). Resulta útil no perder de vista ambos lados del argumento de Kristeva: degradación y santificació
-
En las calles de México, uno se topa de vez en cuando con hombres jóvenes que llevan tatuados la cabeza y la cara. Estas personas llegaron a los EE. UU. de pequeños, crecieron en barrios peligrosos, se unieron a pandillas y luego, cuando se encontraron en problemas ante la ley, fueron deportados rápidamente a México, la tierra natal que nunca habían conocido de primera mano. Con suerte, los mandaban a vivir con abuelos, o tías y tíos. Durante los primeros años deportados, uno los hallaba trabajando como viene-vienes, es decir, tratando de conseguir propinas ayudando a estacionar autos en la calle. Esto es un tipo de trabajo casual que raya en la molestia o la extorsión y que usualmente se realiza por ancianos, analfabetos, alcohólicos, drogadictos u otros que han perdido contacto con la economía formal (o, incluso, partes respetables de la economía informal). Pero los jóvenes siempre se la buscan y el capitalismo es el vehículo perfecto para las maquinaciones y el cálculo. Entonces, quiso la suerte que algunos de estos jóvenes pusieran su bilingüismo a buen uso y encontraron trabajo en la creciente industria mexicana de centros de atención. (En la economía local, estos se consideran buenos trabajos, especialmente para los jóvenes y recién graduados que entran por primera vez al mercado laboral. Claro que esos juicios son relativos).
-
Según me cuentan, incluso en los centros de atención, a los antiguos miembros de gangas provenientes de Gringolandia los tratan con cautela. Después de todo, los estigmas de los crímenes y las asociaciones pasadas están marcados en sus caras. Los números de tarjetas de crédito nunca pasan por sus estaciones de trabajo y se les advierte expresamente que hay una política de tolerancia cero en torno al conflicto en la oficina. En realidad, el deseo de pelear parece haber desaparecido en la mayoría de ellos. Un joven un poco desgarbado y con ojos inocentes, que esconde sus tatuajes bajo una gorra de béisbol, me cuenta su triste historia: lo separaron de su esposa e hijo luego de ser arrestado por posesión de drogas. Ellos se quedaron en Los Ángeles. Él está estancado en México, una tierra extraña y foránea. ¿Que si creo que se reencontrará con su familia alguna vez? No le digo que no, por miedo a destruir la poca esperanza que le queda. En este mundo cualquier cosa es posible, ¿no?
-
Hace varias semanas, conversé con otro deportado, un joven que no estaba en su sano juicio y que me persiguió varias cuadras hasta preguntarme si podíamos hablar. Sospeché que quería ponerme en contacto con otro estadounidense. Luego, me contó que él había sido miembro de una pandilla al sur de Los Ángeles. Entre otras cosas, me dijo que él era un hombre muy malo que había hecho cosas horrorosas: que era un demonio, pero que aun así creía en Dios. Y que él, también, extrañaba a la familia que tuvo que dejar atrás. Conversamos un rato y luego nos separamos: él por un lado de la ley, yo por el otro.
-
¿Acaso puede la expulsión lograr algo además del acto de limpieza? Me llama la atención esto: la genialidad maléfica del sistema yace en su habilidad de dar un nuevo uso a la basura humana, en encontrar algo en la mugre que se pueda seleccionar y extraer. Consideremos los mecanismos de los centros de atención ya mencionados: ellos exportan el trabajo de la metrópoli a la semiperiferia, donde luego capturan nuevamente y reciclan la mano de obra de personas que fueron expulsadas, ahora con salarios reducidos y con costos de producción disminuidos. Ellos también capturan los sueños rotos de jóvenes mexicanos que alguna vez aspiraron a una vida y a un trabajo en EE.UU. (con ese preciso fin estudiaron el inglés), pero que ahora se encuentran fuera, excluidos por causa de políticas de inmigración más duras y controles fronterizos reforzados.
-
Podemos concebir estos centros de atención y otras entidades similares como estaciones de relevo, estaciones de recarga o, quizás, centros de reciclaje en los circuitos del capital internacional. Hoy día, vemos cada vez más lugares dedicados a mecanismos de extracción de este tipo, mecanismos para los que el término de “acumulación primitiva” funciona, pero que en última instancia se queda corto. Después de todo, es posible que haya sido más productivo y rentable invertir en el capital humano-lo que Marx denominó fuerza de trabajo-en la metrópoli, ubicando los centros de atención en ciudades costeras donde el personal bilingüe y bien remunerado gastaría su sueldo y mantendría a flote la base del impuesto local. No obstante, el capitalismo no entiende que una fuerza laboral estable, saludable y bien educada sea algo positivo. Eso queda ampliamente probado. El capital hoy día explota la fuerza laboral precisamente para dejar la mano de obra en una condición expuesta y precaria, aun si en el acto degrada y reduce las condiciones bajo las cuales la fuerza laboral puede reproducirse y crear ganancias en el futuro. El “régimen de deportación” es sólo una parte de este proceso más grande, de un modo u otro, requiere la destrucción de la persona. “La globalización” --el flujo libre del capital, que pone a los trabajadores de todo el mundo en competencia directa entre sí-- es otro proceso de este tipo.
- Max Weber observó con agudeza que, en su momento de ascenso, el capitalismo “de las vacas hizo manteca; de los hombres, dinero” (Weber 2003 [1958], 51). Un aparato legal y religioso no muy sutil sustentaba este modo progresivo de acumulación. Hoy día, un elaborado sistema jurídico-político define a ciertos hombres y mujeres como desecho, y los priva de una serie de beneficios burgueses como la ciudadanía, la libertad, el poder de negociación, etc., hasta destruirlos. Podríamos decir que, en su modo regresivo, el capitalismo primero convierte a los hombres en manteca para después extraer de ellos el poco brillo que les queda.
-
Tenemos que recordar que el incremento inicial en deportaciones no ocurrió bajo Trump, cuyas diatribas demagógicas sobre violadores y asesinos mexicanos han escandalizado al mundo, sino bajo el elocuente Obama. Con la excusa de eliminar el elemento criminal (“delincuentes, no a familias”), la administración de Obama deportó también a masas de inmigrantes que respetaban la ley. La gran mayoría de los deportados que fueron expulsados de los EE. UU., por causa de las políticas migratorias de la era Obama, no tenían convicciones criminales previas o solo habían cometido infracciones mínimas, como violar leyes de tráfico o cometer delitos migratorios. Menos de un quinto de las personas tenían convicciones por crímenes violentos o delitos potencialmente violentos, incluso bajo las definiciones amplias de ICE (Young 2017).
-
Todas las variaciones del proceso de desposesión y reutilización no son tan elegantes o incluso tan rentables como los centros de atención, lo cual da fe de la adaptabilidad del capital, es decir de la habilidad de ajustarse a nuevas condiciones y oportunidades de mercado. Tomemos en consideración a esos otros refugiados, los que van en dirección al norte, en contra del flujo de deportados que van en dirección al sur. En su larga marcha forzada a través de México, los refugiados centroamericanos que tratan de llegar a los EE. UU. son emboscados por una multitud de ladrones de pequeña monta: pillos, extorsionistas improvisados, policías corruptos, sádicos, estafadores y pandillas, todos decididos a sacar provecho de la miseria de los miserables. ¿Un capitalismo de monedas? Mejor pensar esto como la desposesión por parte de los desposeídos: una larga cadena de microdepredaciones y robos oportunistas que reflejan la lógica predatoria del capitalismo bajo la administración de la expulsión y el exilio.
-
Y aquí, también, hay que recordar: fue la administración de Obama la que dio fin al programa de refugiados salvadoreños, quienes huían de las secuelas de violencia de una larga guerra civil financiada y apoyada por los EE. UU. Fue Obama el que negó la entrada a los refugiados hondureños, quienes comenzaron su viaje por causa de la horrible violencia represiva de un golpe de estado que estuvo consentido desde el inicio por el Departamento de Estado liderado por Hillary Clinton.
-
Lo que se ha perdido en nuestra administración del exilio es la beatificación de la persona abyecta, su conexión con lo sagrado. El sufrimiento abyecto ya no puede substituir otra cosa, apuntar a algo más allá de sí o prestarse para trances místicos: está totalmente estéril, desmitificado, atrapado en un ciclo de regresión recursiva. Como consecuencia, solo puede dar pie a una noción débil y reducida de la política. Hace unos cuantos años, la teología de la esperanza glorificaba a los guerrilleros campesinos y a los trabajadores mártires. Hoy en día, sacerdotes radicalizados, monjas socialmente comprometidas y gente de buena voluntad le dan de comer a migrantes hambrientos o se ocupan de los cuerpos abatidos de jóvenes mendigos, chicos que saltan de tren en tren y han perdido extremidades en La Bestia. Pero las plegarias políticas que se originan en congregaciones de personas decentes equivalen a poco más que un llamado a los derechos humanos, el derecho a buscar refugio frente a condiciones intolerables, y un reclamo a la consciencia burguesa (tal cual). Una política de derechos humanos reducida se expande en proporción directa al debilitamiento de una política de igualdad social. Santos mendigos, parias sagrados y testigos revolucionarios de la fe, todos pertenecen a formas arcaicas de la vida religiosa. La redención, la gracia, la ambigüedad productiva (y con ellos, la esperanza), han sido expurgadas del nuevo e implacable sistema.
-
Existe otro tipo de persona desplazada que funciona como la personificación del orden actual: el refugiado interno, quien es desterrado del lugar conceptual y se le consigna a una muerte que aún no es física pero sí social. Este es el dilema de la figura del delincuente sexual, sobre la que he escrito en los últimos años (Lancaster 2011; 2017). Expuesto constantemente a la mirada pública por medio de registros online, en la práctica este se vuelve una figura a quien básicamente se le niega la posibilidad de tener empleo y vivienda. A pesar de no que se le ha transferido a una tierra extraña, su actividad en el espacio físico está repleta de prohibiciones y limitaciones: “zonas de seguridad infantil” que rodean la escuelas, parques y paradas de bus lo proscriben y obligan a transitar colonias discontinuas en los intersticios de la vida social. Está esposado en el tobillo con un grillete electrónico; sus movimientos están siendo monitoreados y rastreados por el GPS. La aplicación de leyes retroactivas y su detención civil indefinida muestran cuán pocos derechos legales y protecciones aplican a su persona. Pese a la amplia cantidad de estudios académicos que comprueban lo ineficaz y contraproducente que resultan las medidas que aplican sobre su cuerpo son cada vez más severas y exigentes. Vale la pena enfatizar que típicamente la persona que está bajo el control de este sistema draconiano es un delincuente no-violento que sólo infringió la ley por primera vez. Resulta interesante pensar sobre su destino en relación con otros tipos de exiliados y desterrados o personas degradadas.
-
El delincuente sexual está sujeto a la coerción, pero no a la disciplina, y las leyes bajo las que se condena a este exiliado interno proveen un laboratorio para elaborar nuevas formas de control social. Cada una de las técnicas que se elaboran para identificar y manejar a los delincuentes sexuales también se han aplicado a otros grupos: sospechosos de terrorismo (la detención indefinida mediante un legalismo engañoso), inmigrantes musulmanes (que luego del 9-11 han sido forzados a registrarse con las autoridades federales), indocumentados (quienes son encadenados electrónicamente mientras esperan a ser procesados), y criminales comunes de varios tipos (nuevos tipos de registros, la expansión de la práctica del grillete electrónico). En todos estos casos, observamos un número cada vez mayor de personas a quienes se les priva de sus derechos, además de ser despojadas de protecciones básicas, así como expuestas a muestras de violencia por parte de las comunidades. En todos lados, vemos un proceso de criminalización sin restauración y envilecimiento sin redención.
-
Algunos intentan escapar a estas condiciones deplorables creando nuevas vidas como exiliados en países extranjeros, solo para darse cuenta de que las fronteras están cerradas para ellos; la válvula de escape está cerrada. Los EE. UU. comparte información de condenas por delincuencia sexual con gobiernos extranjeros, y un nuevo proyecto de ley, aprobado por el congreso y convertido en ley por Obama en 2016, requiere que los pasaportes de personas convictas por delitos sexuales que involucren a menores contengan un “identificador especial” visual.
-
Nuestro aparato teórico existente no está preparado para este tipo particular de administración de la expulsión y del exilio. Por ejemplo, con frecuencia uno encuentra la frase “complejo industrial carcelario”, como si los procesos de encarcelación masiva pudieran ser explicados por motivos tan simples como el lucro. Sin duda, existe una gran cantidad de empresas despreciables que buscan a posteriori la manera de obtener ganancias del abarrotado sistema carcelario. Sin duda, estos negocios hacen lobby por leyes más estrictas y por un tratamiento preferencial. No obstante, la encarcelación masiva en su totalidad solo parece un negocio rentable si uno piensa que un ingreso de millones de dólares es mucho dinero frente a miles de millones en gastos operativos.
-
Uno también lee trabajos académicos sobre la lógica “disciplinaria” de la encarcelación masiva, como si el castigo todavía dependiera de alguna función racional (como la rehabilitación). Pero, precisamente, lo que está ausente de todo este proceso hoy día es la versión secular de la religión salvacionista en el régimen disciplinario: la rehabilitación y recuperación del sujeto malhechor, su reincorporación a la sociedad en tanto ciudadano productivo.
-
Para decirlo de otro modo: los tipos de disciplina descritos por Foucault aplicaban el dolor y la depravación selectivamente, de manera productiva; buscaban romper al hombre en pedazos para erigirlo nuevamente. De este modo, “normalizaban” (Foucault 1995 [1975]). Luego, bajo la democracia social, las técnicas biopolíticas invertían en la vida, lo que equivale a invertir en la fuerza de trabajo. El régimen posdisciplinario del presente no hace nada por el estilo. Rompe al hombre solo para destrozarlo aún más. No le importa nada el “alma” del transgresor, y mucho menos se preocupa por su bienestar físico o social, ni por cualquier otro tipo de proyecto de redención. El nuevo sistema clasificatorio define a estas personas no tanto como mugre, sino como residuos tóxicos. Exige contención y control, no disciplina o redención. Sus herramientas son la expulsión y el destierro, no la rehabilitación o la reparación moral. Este no es el Sujeto Disciplinario de antaño, el heredero del proyecto de la Ilustración.
-
Las nuevas tecnologías digitales reafirman estas tendencias y les proveen una plataforma duradera. Los algoritmos no prestan atención a la persona única, solo ven el mundo como puntos de datos, como una nube de actividades o como historiales electrónicos. Quizás uno puede decir entonces, siguiendo a Deleuze, que las nuevas tecnologías de poder convierten a los sujetos humanos en “dividuos”, en lugar de individuos (Deleuze 1992). Sin embargo, describir el sistema emergente de control social y extracción económica de esta manera parece casi demasiado trivial, como si estuviera involucrado en la misma destrucción de la persona que confiere el desmembramiento de este término.
-
Los académicos continúan escribiendo sobre la etapa neoliberal del capitalismo como si fuera un régimen propio de acumulación, un compendio de medidas duras pero necesarias que por lo menos logran poner en marcha el proceso descrito por la famosa fórmula de Marx: D-M-D1, a través del cual, el capital se renueva a sí mismo y desarrolla las fuerzas de producción. Lo que Marx indica aquí es que los capitalistas son buenos para solo una cosa: poner en riesgo su dinero (D) al invertirlo en formas más productivas de producción; luego, venden la mercancía que producen (M) con el fin de convertir su inversión en aún más dinero (D1), ampliando así las fuerzas de producción, expandiendo su reserva de riquezas y reabasteciendo el ciclo de producción para el intercambio. No obstante, cada vez se vuelve más evidente el fracaso total del experimento de varias décadas de neoliberalismo, con su método de inversión adverso al riesgo, su lento crecimiento, su predisposición a la financiarización y el monopolio, su dependencia de “burbujas”, su presión para bajar los sueldos, el deterioro de la fuerza de trabajo y su incapacidad de cumplir lo prometido. En muchas partes del mundo, uno observa formas depredadoras de desposesión en funcionamiento, pero sin los resultados dinámicos de la acumulación. Esto es destrucción no-creativa, antropofagia. David Harvey ya había prevenido sobre esta posibilidad en su análisis de la acumulación primitiva: “La insinuación de que la acumulación primitiva prepara el camino a la reproducción expandida es una cosa, la acumulación por medio de una desposesión que afecta y destruye el camino que ya existe es otra” (Harvey 2003, 164).
-
Debemos preguntarnos sobre la lógica (o, lo que es lo mismo, la falta de lógica) de un sistema político-social disfuncional que pone en marcha tantas dislocaciones y peregrinaciones. En resumen, he aquí su movimiento doble de pinza: leyes punitivas relegan a un número cada vez más grande de personas al estado degradado de parias, deportados, exiliados o refugiados. Al mismo tiempo, prácticas económicas depredadoras descartan a grupos cada vez mayores de trabajadores para que se defiendan por sí mismos en amplias zonas de abandono, como el Oxycodone Belt [Cinturón de Oxicodona] y la periferia europea.
-
Los posestructuralistas sombríos vislumbraron tempranamente esta versión nefasta y crepuscular del capitalismo. Por esa razón, Baudrillard recriminaba a Bourdieu, a quien acusaba de “reprochar al capital por no seguir las reglas del juego” y por creer ingenuamente que el capital se puede relacionar por contrato con la sociedad a la que gobierna. “Al capital”, dice, “no le importa un carajo la idea del contrato que le imputan: es una empresa monstruosa y sin principios, nada más” (Baudrillard 2001 [1988], 173).
-
Por medio de su análisis de la larga duración del sistema-mundo, Immanuel Wallerstein quizás puede proveer una mejor orientación para nuestros dilemas presentes. Wallerstein explica que, durante periodos de estabilidad relativa, las tecnologías, las formas institucionales y las prácticas económicas equilibran el sistema y permiten su reproducción y expansión. Estos periodos de estabilidad relativa se interrumpen por interregnos de inestabilidad, colapso y crisis, es decir periodos donde el vínculo institucional no logra armonizar el sistema y aún no existen nuevos modos de organización. Históricamente, estos periodos de inestabilidad han durado décadas, hasta que una nueva articulación político-económica pudo ser elaborada de modo improvisado, abriendo el camino para fases renovadas de acumulación. Sin embargo, Wallerstein argumenta que las inestabilidades de hoy día son diferentes: el sistema-mundo capitalista ha llegado a los límites de la expansión y está al borde de su desintegración. (Él hace referencia a varios límites, entre ellos, factores ecológicos). Wallerstein advierte que no nos debemos sorprender por los horrores y las conmociones de un sistema en su espiral de muerte. Sin duda, las modalidades de avaricia inmoral que hemos visto expresadas abiertamente desde la crisis financiera del 2008 son sintomáticas de esta crisis extendida. Lo son, también, el desarrollo de formas de coerción que rompen con acuerdos de derechos humanos de larga tradición, que parecen retroceder a la civilización. No deberíamos estar sorprendidos de que, en su crisis, el sistema, desconcertado, se esfuerce por deshacerse de lo que nunca puede eliminar y que degrade la misma fuerza de trabajo de la que, en última instancia, depende. En cambio, deberíamos estar listos para enfrentar estas circunstancias no con utopías ya existentes (“sueños del paraíso que nunca podrían existir en la tierra”), sino con utopísticas, que, según Wallerstein, hablan de la práctica del “análisis serio de alternativas históricas” (que incluye una anticipación seria de las dificultades que conlleva construir instituciones alternativas y nuevos modos de organización). Las luchas en curso determinarán si el sistema que reemplaza el desorden del presente es mejor (más libre, más igualitario, más democrático) o mucho peor que el capitalismo (esto es una clara posibilidad) (Wallerstein 1998).
-
En la frontera, me senté en el piso y lloré. Lamenté la violencia misma de la frontera, una larga herida dibujada entre territorios que han sido robados por partida doble. Besé los pies polvorientos de peregrinos que fueron expulsados o a los que le prohibieron la entrada. Había drones que volaban por encima. Dejé ofrendas para santos que perecieron cruzando el desierto, abandonados por todos menos por los buitres que devoraron la carne de sus huesos. No olvidé rezar por las almas de los marginados criminales e itinerantes, que no tienen un lugar donde descansar. Y, apenado por la condición precaria y exhausta de la clase trabajadora, levanté mis ojos al horizonte no tan lejano y divisé lo que siempre debe permanecer fijo ante nuestra mirada: construir un nuevo mundo está a nuestro alcance.

*Traducción al español de Gustavo Quintero Vera y Kahlil Chaar-Pérez.
Works cited
Baudrillard, Jean. 2001 [1988]. Selected Writings. Edited and Introduced by Mark Poster. Cambridge, UK: Polity.
Deleuze, Gilles. 1992. “Postscript on the Societies of Control.” October 59: 3-7.
Douglas, Mary. 2003 [1966]. Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo (Mary Douglas, Collected Works, Vol. II). New York: Routledge.
Foucault, Michel. 1995 [1975]. Discipline and Punish: The Birth of the Prison. Translated by Alan Sheridan. New York: Vintage Books.
Harvey, David. 2003. The New Imperialism. Oxford: Oxford University Press.
Kristeva, Julia. 1982. Powers of Horror: An Essay on Abjection. Translated by Leon S. Roudiez. New York: Columbia University Press.
Lancaster, Roger N. 2011. Sex Panic and the Punitive State. Berkeley: University of California Press.
–––. 2017. “The New Pariahs: Sex, Crime, and Punishment in America.” In The War on Sex, edited by David Halperin and Trevor Hoppe, 65-125. Durham, NC: Duke University Press.
Wallerstein, Immanuel. 1998. Utopistics: Or, Historical Choices of the Twenty-First Century. New York: New Press.
Weber, Max. 2003 [1958]. The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism. Translated by Talcott Parsons. Mineola, NY: Dover Publications.
Young, Elliott. “The Hard Truths About Obama’s Deportation Priorities. HuffPost. February 27, 2015. https://www.huffingtonpost.com/entry/hard-truths-about-obamas-deportation-priorities_us_58b3c9e7e4b0658fc20f979e.