Enfermedades, aeropuertos y fronteras

La expansión de la gripe por A(H1N1) se da en estas latitudes de la mano de una expansión (más intensa) del lenguaje nacional. En esta clave es que toma forma la mayor parte de las reacciones, advertencias y consejos. Por cierto, el tratamiento médico y mediático de la situación de la gripe a nivel mundial apuntala un marco interpretativo nacional; de ahí el lugar central que ocupa la categoría de “casos autóctonos”, en torno a la cual se ordena una porción importante de las estrategias de prevención y control. Pero determinados sucesos de esta semana (que evocan otros del pasado reciente) dejan ver algunos rasgos particulares que ese marco interpretativo general asume en Argentina. Puede ser saludable prestarles atención. Por lo demás, hasta el momento en que escribo estas notas, en este país las estadísticas locales acerca de la gripe A indican lo siguiente: dos enfermos confirmados, centenares de sospechados y millones de temidos. “Sentimiento nacional”, entonces, y temor.

Comienzo a escribir a tres días de haber arribado a Buenos Aires el primer vuelo procedente de México, tras la suspensión de los viajes aéreos directos desde y hacia ese país que el gobierno argentino dispusiera unilateralmente el pasado 28 de abril. Junto a los presuntos efectos sanitarios, las protestas diplomáticas del gobierno mexicano y las “explicaciones” del argentino, las tres semanas de suspensión de vuelos dejaron su impacto en la imaginación y los ánimos locales. Los medios de comunicación porteños dieron cuenta de varios acontecimientos que resultaron llamativos a la sensibilidad periodística: un taxista había solicitado firmemente a un hombre que se bajara de su coche al reconocer “su tonada mexicana”; de igual manera, la pronunciación de unas pocas palabras le habían hecho merecer a una corresponsal de la agencia Notimex en Buenos Aires la admonición de un comerciante: “si sos mexicana, ¿por qué no andás con barbijo?”; en un ómnibus, un grupo de personas había aconsejado (a los gritos) a una joven mexicana que se volviera a su país… En los primeros días del mes de mayo El Tele-Pobre Como Abyecto: El Caso Del Show de Laura Bozzo Clarín, el periódico de mayor circulación del país, publicó datos de una encuesta de acuerdo con la cual un 22.7% de los argentinos se sentía amenazado de contraer “gripe porcina” (en tanto que en México un levemente menor 21.3% respondía en el mismo sentido) y cerca de un 70% manifestaba su acuerdo con “limitar el tránsito de personas desde y hacia México”.

Un par de días más tarde, mientras algunos aún intentábamos comprender las reacciones ante “los mexicanos” en Buenos Aires, las noticias llegaron desde la frontera con Chile, más precisamente desde el departamento de Godoy Cruz, en la provincia de Mendoza. De acuerdo con diversas notas de prensa, médicos y gendarmes habían comprobado en uno de los pasos fronterizos que entre los pasajeros de un ómnibus con turistas provenientes de Chile había un hombre con fiebre alta y otros síntomas compatibles con los de la gripe A. Ante esta situación, se dispuso que el ómnibus, con todos los pasajeros con barbijo o tapabocas colocado, fuera trasladado a un hospital de la ciudad para que éstos recibieran atención. En su camino al centro sanitario, el vehículo fue interceptado por un grupo de “vecinos” que arrojó contra él piedras y palos, intentando evitar que llegara a destino. Los “vecinos” buscaban impedir que los turistas fueran atendidos en el hospital local “ante el temor de posibles contagios” y se enfrentaron con la policía que custodiaba el traslado. El ómnibus finalmente llegó al hospital. Secuelas: hubo algunos heridos leves, el gobierno provincial informó que aumentarían los controles en la frontera y un diputado provincial pidió cerrar las fronteras de todo el país con Chile.

(Como era de esperar, tanto los medios de comunicación como varios funcionarios de gobierno lamentaron el hecho, como habían lamentado el maltrato recibido por mexicanos de paso por el país. Como era de esperar también, ni el gobierno ni los medios vieron relación alguna entre esos comportamientos de “vecinos” y medidas oficiales, como la suspensión de los vuelos, o coberturas mediáticas espectaculares basadas en la profusa presentación de postales de todo México con barbijo.)

Esta crónica de temporalidad antojadiza prosigue en el año 2005. Me encontraba haciendo trabajo de campo en la provincia de Jujuy, en la frontera entre Argentina y Bolivia, y una de las nociones más comunes entre los profesionales del sistema de salud con quienes me entrevistaba era la de las “enfermedades importadas”, es decir, aquellas que no serían surgidas en el territorio nacional o provincial sino traídas desde fuera, comúnmente por “inmigrantes golondrinas” e indocumentados provenientes de Bolivia. Fundamentalmente el dengue, aunque también el paludismo y otras enfermedades, eran explicadas por el ir y venir de inmigrantes. Más exactamente, por el venir. Complementariamente, muchos médicos, enfermeros y administrativos de hospitales y centros de salud coincidían en interpretar que “creencias”, “costumbres” y “modos de ser” considerados como “bolivianos”, que incluían desde modos de preparar y consumir alimentos hasta hábitos de higiene, eran la causa del surgimiento de estas y otras dolencias. Al atravesar (o por atravesar) las fronteras, los bolivianos se convertían en responsables de su origen o de su propagación. En este contexto, la idea de un “cordón sanitario” como estrategia preventiva colocaba a las fronteras políticas y a las fronteras de la salud en el centro de la escena. La avanzada sobre las fronteras sanitarias, su cuidado y su protección, era vista como una tarea “patriótica”, y ello encontraba expresión institucional en una ley del Poder Ejecutivo provincial de fines de 2000 que establecía como función del Ministerio de Bienestar Social “la defensa sanitaria de las fronteras de la Provincia”.

La figura de la importación de enfermedades había tenido un pico en el año 1992, cuando se responsabilizó a los inmigrantes bolivianos por los brotes de cólera en las provincias vecinas de Jujuy y Salta y el tema llegó a la agenda política y mediática nacional. Por entonces las reformas neoliberales producían una crisis estructural en el sistema de salud y la referencia a la amenaza de “los inmigrantes bolivianos” significó, por un lado, la postulación de un chivo expiatorio de esa crisis y, por otro, una instancia más en la conformación de la figura de un extranjero contagioso, portador de eventuales males que podrían infiltrarse en el cuerpo nacional.

Sería posible hallar otros casos que compartieran la característica fundamental que estos comparten: la interpretación del conjetural contagio de una enfermedad en clave nacional. Indudablemente en ninguno de estos casos “lo nacional” viene solo sino que se intersecta con otras dimensiones de la diferencia y de la desigualdad. Por ejemplo, volviendo al contagio de cólera (¿y de bolivianidad?) de 1992, la mayor incidencia de la enfermedad había tenido lugar a unos cuatrocientos kilómetros al sur de la frontera con Bolivia, en la zona tabacalera de la provincia de Jujuy, en cuyas fincas era común que los trabajadores vivieran una realidad habitacional y sanitaria muy precaria. Esto implica que la significación de la nacionalidad y la extranjería en aquellas discusiones y estigmatizaciones en torno a la enfermedad y el contagio no puede ser comprendida fuera de las modalidades del capitalismo agrícola vernáculo y de las condiciones de vida de los trabajadores, migrantes y no migrantes. Como en este, en los restantes casos se encontrarían articulaciones específicas de nacionalidad, clase, género, etnia y otras dimensiones. Pero me interesa subrayar el rasgo común a todos ellos, dado por la clave nacional que vuelve una y otra vez frente a cada situación de enfermedad/contagio, la re-iteración de la presencia de un extranjero contagioso que se vuelve amenazante, que en rigor es la presencia (fantaseada) de una amenaza de contagio que vuelve posible postular un extranjero.

Los temores ante turistas mexicanos o chilenos o ante trabajadores bolivianos no hablan principalmente de la gripe A, ni de ninguna otra gripe o enfermedad. Ni siquiera hablan de mexicanos, de chilenos o de bolivianos en sus particularidades, sean éstas lo que fueren. Hablan de extranjeros. Es decir, hablan de nacionalidad. Algunas de las reacciones despertadas por la gripe A (como por el dengue, el paludismo, etc.) revelan así que el nacionalés, en sus formas menos amables, es una lengua viva, con capacidad para cifrar temores sociales con eficacia. Autoctonías, fronteras, aeropuertos… el escenario habilita que hablemos, como si fuera evidente, en términos nacionales. El fantasma de una enfermedad que cruza fronteras (más aun el fantasma de una pandemia) actualiza algunos de los dispositivos elementales con los cuales reconocer (producir) pertenencias y exclusiones: la identificación de modos de hablar o de rasgos físicos y, en última instancia o en primera, la solicitud de un documento. Incluso antes el fantasma hace algo más básico: vuelve digerible y hasta “necesaria” la instauración o la fortificación de fronteras. El problema acuciante no es que las enfermedades de escala global o regional crucen fronteras sino que ofrecen a aquellos que quieran aprovecharla la oportunidad de demarcar y remarcar fronteras. Los temores habilitan regulaciones sociales específicas. No importa que las regulaciones no sean ostensibles y vociferantes en lo inmediato. Los temores preparan el terreno.

La Plata, Argentina, 24 de mayo de 2009


Sergio Caggiano es doctor en Ciencias Sociales (Universidad Nacional de General Sarmiento e Instituto de Desarrollo Económico y Social), Magister en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (Universidad Nacional de San Martín e Instituto de Altos Estudios Sociales), Licenciado en Comunicación Social (Universidad Nacional de La Plata). Actualmente investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), se especializa en migraciones, interculturalidad, procesos identitarios y discriminación. Con anterioridad ha desarrollado tareas de investigación para el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), el Center for Latin American Social Policy (CLASPO, University of Texas, Austin) y la Universidad Nacional de La Plata. Como Becario del CONICET trabajó sobre imágenes visuales, imaginarios y disputas culturales. Integra el Grupo de Trabajo "Migración y Cultura" de CLACSO. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de La Plata, es autor de Lo que no entra en el crisol. Inmigración boliviana, comunicación intercultural y procesos identitarios (Prometeo, 2005) y de Lecturas desviadas sobre Cultura y Comunicación (Edulp, 2007), y ha publicado artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras.