José Manuel Valenzuela Arce’s El futuro ya fue. Socioantropología de l@s jóvenes en la modernidad

Valenzuela Arce, José Manuel. El futuro ya fue. Socioantropología de l@s jóvenes en la modernidad. Editorial Colegio de la Frontera Norte, México 2009. 487pp (incluye CD con material fotográfico)

Diversos estudios sobre población nos revelan que la mitad de quienes habitan el planeta tiene menos de 25 años. Si pensamos a este inimaginable número de jóvenes en su relación con la producción de símbolos y significados transculturales, cuyo resultado son nuevos imaginarios mundiales, con identificaciones grupales transfronterizas y con otras nuevas modalidades de adscripción a la vida en sociedad – o de evasión de ella –, sabremos que esta enorme generación representa los más diversos fenómenos de constante recomposición de identidades.

Sin embargo, los estudios sobre grupos juveniles no tienen larga historia en Latinoamérica ni son actualmente muy numerosos. Visto históricamente, el tema suele desatar posiciones conservadoras o mesiánicas, represivas o preventivas, en general adultócratas y carentes de los acercamientos desprejuiciados y novedosos que exige. José Manuel Valenzuela Arce es uno de los estudiosos latinoamericanos más incisivos, con décadas de experiencia plasmada en importantes publicaciones que podrían contrarrestar la vía tan común de la estigmatización y criminalización de ciertos grupos juveniles, producto, entre otras cosas, del absoluto desconocimiento que se tiene de ellos. Sus trabajos se ubican dentro de los estudios culturales dedicados a jóvenes y construcciones de identidad como sujetos y objetos de investigación. Asimismo, se adscriben a la sociología urbana, los estudios de cultura popular, frontera y movimientos sociales.

El título del nuevo libro de Valenzuela—El futuro ya fue—alude no solamente a ese futuro desdibujado de millones de jóvenes debido a diversos procesos de empobrecimiento. Es, a la vez, el resultado de uno de los objetivos de su autor y aportes de esta obra: eliminar esa visión absolutista del tiempo social, como si fuese homogéneo, que impide ver procesos de vida diferenciados y sus respectivas marcas inscritas en los cuerpos. Así, el tiempo social, tomado como resultante de la tensión entre lugar y tiempo, permite ver marcas disímiles impresas en individuos contemporáneos a partir de elementos que definen la heterogeneidad y la desigualdad en ámbitos diacrónicos y sincrónicos (condiciones socioeconómicas, estilos y calidad de vida). Así, la gramática de la intensidad del tiempo vivido aparece labrada en forma de ese envejecimiento prematuro tan común en los rostros infantiles que pueblan, por ejemplo, las calles de América Latina; en sus cuerpos podemos leer que en vez de una vida de acceso a la salud, la seguridad y la autorrealización, tuvieron el miedo, el hambre y la violencia por compañeros de viaje.

El libro cuenta con un prólogo de Rossana Reguillo, exhaustiva estudiosa del tema junto con la cual el autor hizo, por ejemplo, una compilación de ensayos titulada Las maras. Sociedades juveniles al límite (2007), igualmente recomendable. El prólogo propone tres planos de lectura que bien podría seguir quien gusta de orientación en la lectura.

La cuestión de “lo juventud” es, nos advierte Valenzuela, tremendamente ambigua y abordable sólo en tanto se tomen en cuenta las articulaciones y contextos socio-históricos que la producen, con sus respectivas relaciones de poder, pues nada se explica simplemente a partir de ella. La juventud como fenómeno social es bastante nuevo y las revoluciones de mediados del siglo XX (el movimiento hippie y mayo del 68 con sus respectivas repercusiones a nivel mundial), la llevaron a estrenarse como actor social. Sin embargo, la construcción socio-histórica de l@s jóvenes es de larga data. Por ello, la primera parte

La segunda parte nos brinda un recuento etnográfico de culturas y movimientos juveniles, tales como pachucos, cholos, maras, punks, chavos banda y góticos, y un capítulo final dedicado a fenómenos de las favelas de Río de Janeiro, como su movimiento de funky y hip-hop. Aquí, la voz de Valenzuela se entrelaza con las voces de jóvenes, pertenecientes a las diferentes agrupaciones, que nos cuentan de su ingreso a ellas, de sus visiones y sus sentires, de su nueva piel. Ellas nos llevan a un viaje que nos hace más conscientes de cuán ilimitadas y coloridas son las posibilidades que tenemos todos los seres humanos de inventarnos y desplegarnos en nuestro juego con el entorno social. Como nos dice Valenzuela: “Las identificaciones sociales se conforman a partir de umbrales de adscripción y diferenciación; éstas poseen un papel crucial en la definición de los significados que dan sentido a la existencia” (347). Al pensar en este variopinto e infinito mapa, modificado constantemente con los inestables resultados de las búsquedas de sentido, entendemos que de tantos ensayos identitarios resultará lo mismo un vampiro gótico que un cristiano nuevo. Los límites entre cada identificación no son rígidos y no están tan poco claros como sus nexos.

Otro de los aportes de esta obra es aquel de ver las acciones y los cambios corporales que conllevan las identificaciones juveniles en términos de biorresistencias. Para llegar a este concepto, Valenzuela parte de la biocultura, que alude a la centralidad del cuerpo en la disputa por el control social (poder sobre el cuerpo). Y esta, a su vez, implica procesos de biopolítica, por los cuales el cuerpo es el territorio de control, disciplinamiento y sometimiento mediante dispositivos usados por grupos dominantes, ya trabajado en las obras de Michel Foucault y Giorgio Agamben. Pero también, nos dice el autor, la biopolítica implica procesos de biorresistencia. Por ella entendemos las formas críticas de vivir y significar el cuerpo (poder desde el cuerpo) de personas, actores y grupos sociales que desafían las disposiciones biopolíticas de normalizarlo y manejar su percepción. Si “se intenta someter y canalizar la voluntad de las personas”, nos dice Valenzuela, “los individuos y los grupos sociales conviven de manera reflexiva y crítica con esas disposiciones y generan diversos procesos de biorresistencia mediante los cuales disputan el control y el significado del cuerpo...” (28). Esto se expresa, por ejemplo, en el vestuario, tatuajes y perforaciones, leídas como disidencias o transgresiones de grupos juveniles frente al orden disciplinario. Gracias a esta óptica, podemos ubicar variadas expresiones artísticas como parte de procesos de resistencia cultural pero también podríamos ir más allá y entender las muestras de biorresistencia en términos de performances de identidad.

El libro contiene algunas fotos en blanco y negro, la mayoría demasiado oscuras como para ver detalles de manifestaciones que, tratándose del tema, sería importante observar: graffitis, murales, códigos de ropa, tatuajes. Sin embargo, adjunto trae un generoso CD con una galería a todo color de las mil formas de expresión de los grupos estudiados. La bibliografía, por su parte, es extensa y nos da muchas pistas tanto de obras que guían al autor como de estudios que se realizan actualmente en América Latina sobre culturas juveniles.

El trabajo de Valenzuela es afín a los estudios de performance en tanto explora y analiza procesos y prácticas implícitos en la conformación y expresión de las identidades, sus rituales, estéticas y técnicas corporales, la transmisión de saberes y resistencias, sus diálogos, conflictos y disputas con otros grupos. Todas estas, acciones repetidas en un presente performativo cuyo futuro ya fue.


Anabelle Contreras Castro, costarricense, realizó sus estudios de Antropología en la Universidad de Costa Rica y estudios de maestría y doctorado en el Instituto Latinoamericano de la Freie Universitaet Berlin, Alemania. Actualmente trabaja en la Universidad Nacional de Costa Rica como docente para la Escuela de Arte Escénico y como investigadora para el Doctorado Interdisciplinario en Artes y Letras de Centroamérica.