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El cártel de Sinaloa: Una historia del uso político del narco de Diego Osorno

Osorno, Diego Enrique. El cártel de Sinaloa: Una historia del uso político del narco.Ciudad de México: Grijalbo, 2009. 328 páginas: 17 ilustraciones a color; $11.53.

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La diversidad de voces que hablan en El cártel de Sinaloa nos permite, como quizás ningún otro texto de su índole, escudriñar y desmitificar al cártel fundacional del narcotráfico mexicano. En esta colección de crónicas, Diego Enrique Osorno reúne un conjunto de voces—a veces discordantes y discrepantes, a veces convergentes—con el fin de llevarnos a espacios del narcotráfico poco abordados por diarios y noticieros y, en algunos casos, difícilmente accesibles. Se trata de una obra atrevida, nacida de una laboriosa investigación periodística no exenta de peligros personales, en la cual la voz oficial del gobierno mexicano aparece “acompañada y contrastada por voces alternativas” (49). En ella, además de ser guiados por la batuta narradora de Osorno, leemos pasajes de diarios del conocido capo Miguel Ángel Félix Gallardo, acompañamos a un abogado defensor de líderes del crimen organizado, aparece un veinteañero hijo de un narcotraficante quien habla de su padre, y escuchamos a un soldado que se dedica a destruir sembradíos de droga.

A la par de esto, Osorno elige una perspectiva multifacética armando un texto conformado de documentos históricos desclasificados, expedientes judiciales, notas periodísticas, diarios, cuestionarios y, entre otros, entrevistas. En algunas partes la obra carece de cohesión, como es el caso del último capítulo. Pero en general la aproximación multigenérica no le resta peso al argumento central del libro, ya anunciado en el prólogo por el historiador Froylán Enciso: “desde el principio [del narcotráfico en territorio mexicano] hubo alianzas y participación de las clase altas con personajes y actividades criminalizadas” (21).

Y si bien cada capítulo nos orienta a esta conclusión, el elemento destacado de El cártel es que lo logra accediendo al espacio íntimo y menos asequible de las vidas que nos descubre. Como resultado, los múltiples protagonistas del texto— el capo, el sicario, el florista de narcos y todos aquellos quienes comparten el espacio de la violencia organizada, a quienes muchas veces sólo conocemos a distancia y fácilmente vilipendiamos— hacen que reconsideremos nuestros postulados sobre la narcoviolencia. Una y otra vez, Osorno deja que otros cuenten su versión del narcotráfico, lo que pone en crisis la versión oficialista de la historia y se desafía “[la] engañosa voz institucional que hoy se cuela por todos lados, carcomiendo el entendimiento sobre lo que pasa en la realidad” (35).

Osorno comienza su libro describiendo los motivos que generaron su interés en el cártel de Sinaloa. Ahí intercala una entrevista al empresario y político regiomontano Mauricio Fernández Garza, quien discute su posición sobre la actual “guerra al narco.” Osorno recurre a múltiples fuentes, entre las cuales destaca la voz del sociólogo Luis Astorga, para ahondar en los orígenes y la fase inicial del narcotráfico en Sinaloa. También analiza el desplazamiento del cultivo de las drogas ilícitas a Guerrero en los setenta y la oposición de las guerrillas a las colusiones de narcos y militares en la región. En el cuarto capítulo conocemos a un matón, miembro de bandas criminales organizadas, al servicio de terratenientes sinaloenses opuestos a la reforma agraria que en su momento impulsó Lázaro Cárdenas en 1940. Los siguientes capítulos nos acercan a Badiraguato, el municipio sinaloense donde nacieron algunos de los máximos operadores del narcotráfico, y a Pedro Avilés Pérez, uno de los narcotraficantes más temidos en territorios sinaloenses en los años sesenta y setenta. Les siguen dos apartados más en los que leemos, por un lado, sobre la formación y disolución de supercártel Federación; y por otro lado, sobre cómo la Operación Cóndor -esfuerzo militar- fue utilizada como pretexto “para golpear a adversarios políticos o grupos sociales opositores al gobierno” (149).

En la segunda parte del libro hay una entrevista reveladora con el historiador estadounidense Paul Gootenberg, perito en el estudio de la producción y tráfico de cocaína, y una crónica sobre Miguel Ángel Beltrán Lugo, el Ceja Güera, un narco pistolero y secuestrador a cuyo funeral asistió un oficial panista. El próximo capítulo entra en los pormenores de los vínculos nefastos que mantuvo Guillermo González Calderoni, ex-subdirector de la policía judicial federal, con Félix Gallardo. Se analiza el escape del capo Joaquín, “el Chapo” Guzmán de Puente Grande, de un penal de máxima seguridad, para arribar nuevamente a Félix Gallardo a través de algunos escritos personales, familiares y su de abogado. También se explora, por medio del hijo de un capo, algunas de las atracciones y oportunidades que la narcocultura encierra para los jóvenes. Con ello, Osorno nos lleva a las tumbas y mausoleos donde yacen algunos narcos que “se despiden del mundo como lo que llegan a ser en vida: faraones” (299). Al final del texto, Osorno cuestiona “la guerra al narco” que inició el presidente Felipe Calderón e invita a que pongamos en perspectiva el crimen organizado, en un país donde se viven dificultades tan o más serias que las que la narcoviolencia ha ofuscado.

El cártel merece una lectura atenta, por un lado, por su orientación revisionista, por búsqueda de una verdad plural y su propuesta democrática como una de las soluciones básicas a un problema de urgencia nacional; y por otro, por su manera de recordarnos aquellas palabras que un día Octavio Paz le escribiera a sus connacionales en El laberinto de la soledad: “[Vivimos] en el mundo de la violencia, de la simulación y del ‘ninguneo’; el de la soledad cerrada, que nos defiende, nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila. Si nos arrancamos esas máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos afrontamos, empezaremos a vivir y pensar de verdad” (226).


Arturo Laris es un estudiante de doctorado de la Universidad de California, Davis. Tiene una Maestría en Español de la Universidad de Loyola, Chicago. Estudia la novela hispanoamericana del siglo XX y la literatura mexicana del siglo XIX. Su tesis doctoral se enfoca en las representaciones del narco en la novela mexicana contemporánea.

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