
Capitalismo gore: narcomáquina y performance de género
Sayak Valencia Triana | UCM
Resumen: Proponemos el término capitalismo gore como una herramienta de análisis del paisaje económico, sociopolítico, simbólico y cultural mexicano afectado y re-escrito por el narcotráfico, entendido como un engranaje económico y simbólico que produce otros códigos, gramáticas, narrativas e interacciones sociales. Capitalismo Gore forma parte de una taxonomía discursiva que busca visibilizar la complejidad del entramado criminal en el contexto mexicano, y sus conexiones con el neoliberalismo exacerbado, la globalización, la construcción binaria del género como performance política y la creación de subjetividades capitalísticas, recolonizadas por la economía y representadas por los criminales y narcotraficantes mexicanos, que dentro de nuestra taxonomía reciben el nombre de sujetos endriagos.
I'm amazed at how difficult it is for men to criticise masculinity.
As if they couldn’t change anything about it. […]
Men are so passive about what’s imposed upon them in the name of virility.
—Virginie Despentes, Femmes of power
El narcotráfico ha reconfigurado política, social, económica y culturalmente, aquellos territorios en los que se inscribe. En la actualidad México se erige como epítome de dicha reconfiguración. En este ensayo nos proponemos analizar el papel de la performace de género (enfocándonos especialmente en la masculinidad) y sus conexiones con la configuración del Estado mexicano, la noción de narcomáquina[1] y el capitalismo gore.
Entendemos como performance de género masculino a la obediencia acrítica de los varones al desempeñar (performar) las normas de género dictadas por la masculinidad hegemónica, la cual tiene entre sus postulados más arraigados: la respetabilidad económica, “la indiferencia ante el peligro, el menosprecio de las virtudes femeninas y la afirmación de la autoridad en cualquier nivel”(Monsiváis 1981, 9). Es decir, para ser un varón legitimo en el contexto mexicano, que (re)produzca y reafirme su identidad de género, éste debe asumir y cumplir las coreografías (movimientos, comportamientos relacionales) construidas desde la hegemonía sociocultural para la masculinidad. Dicho cumplimiento de las demandas masculinistas hegemónicas se hace de forma repetida hasta naturalizarlas artificialmente y ponderarlas como la esencia masculina.
Ahora bien, ¿cuál es la relación entre la representación (repetición) acrítica de las coreografías de la masculinidad con el Estado mexicano y con la narcomáquina? El nexo se da de la siguiente manera: el término macho está altamente implicado en la construcción estatal de la identidad mexicana, dicho término se expande en México después de las luchas revolucionarias como signo de identidad nacional. Durante ese período el término machismo se asociaba a las clases campesina y trabajadora, ya que en la incipiente configuración de la nación mexicana, el macho vino a ser una superlativación del concepto de hombre que más tarde se naturalizaría artificialmente como una herencia social nacional y que ya no se circunscribiría sólo a la clases subalternas. Las construcciones de género en el contexto mexicano están íntimamente relacionadas con la construcción del Estado. Por ello, ante la coyuntura contextual del México actual – desmembramiento del tejido social y desmoronamiento estatal – es necesario visibilizar las conexiones entre el estado y la clase criminal, en tanto que ambos detentan un mantenimiento de una masculinidad violenta emparentada a la construcción de lo nacional. Esto tiene implicaciones políticas, económicas y sociales que están cobrando en la actualidad un alto número de vidas humanas dada la lógica masculinista del desafío y de la lucha por el poder y que, de mantenerse, legitimará a la clase criminal como sujetos de pleno derecho en la ejecución de la violencia como una de las principales consignas a cumplir bajo las demandas de la masculinidad hegemónica, el machismo nacional, el capitalismo gore y el heteropatriarcado.
A la vinculación entre la performance de género y la construcción del estado mexicano, como un estado machista, debemos agregar las demandas económicas del capitalismo contemporáneo que exige a todos los individuos ser hiperconsumidores para considerarles legítimos y pertinentes dentro del entramado capitalista g-local. Además también debemos considerar el colonialismo que subyace en la idiosincrasia mexicana, donde hay un deseo de blanquearse a través del empoderamiento económico. Todos estos elementos fabrican un cóctel molotov para la construcción de subjetividades capitalísticas, que en este ensayo denominamos sujetos endriagos, en quienes cristalizan los factores antes enunciados y quienes a su vez conforman las filas del capitalismo gore.
Proponemos el término capitalismo gore como la reinterpretación dada a la economía hegemónica y global en los espacios (geográficamente) fronterizos y/o precarizados económicamente. Tomamos el término gore de un género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema y tajante. Entonces, con capitalismo gore nos referimos al derramamiento de sangre explícito e injustificado (como precio a pagar por el Tercer Mundo que se aferra a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados con el crimen organizado, la división binaria del género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento.[2]
Al hablar de capitalismo gore nos referimos a una transvaloración de valores y de prácticas que se llevan a cabo (de forma más visible) en los territorios fronterizos, donde es pertinente hacerse la siguiente pregunta: “¿Qué formas convergentes de estrategia están desarrollando los subalternos —marginalizados— […] bajo las fuerzas transnacionalizadoras del Primer Mundo?” (Sandoval 2004, 81). Desafortunadamente, muchas de las estrategias para hacer frente al Primer Mundo o acercase a él, son formas ultraviolentas para hacerse de capital: prácticas gore.[3]
Una forma de explicitar a lo que este término se refiere sería la siguiente: mientras que Marx habla, en el libro 1 de El Capital, sobre la riqueza y dice: “[l]a riqueza, en las sociedades donde domina el modo de producción capitalista, se presenta como una inmensa acumulación de mercancías” (Marx 2000). En el capitalismo gore se subvierte este proceso y la destrucción del cuerpo se convierte en sí mismo en el producto, en la mercancía, y la acumulación ahora es sólo posible contabilizando el número de muertos, ya que la muerte se ha convertido en el negocio más rentable. El capitalismo gore es el capitalismo del narcotráfico, de la rentabilización de la muerte y de la construcción sexista del género.
Los conceptos tradicionales sobre el trabajo resultan insuficientes para teorizar las prácticas gore de la economía contemporánea, que se dan ya en todos los confines del planeta, mostrando que nuevas teorizaciones son necesarias en un mundo donde no hay espacios fuera del alcance del capitalismo (Jameson 1995). El hecho de obviar estas prácticas no las elimina, sino que las invisibiliza, o bien las teoriza desde términos más cercanos a la doble moral que a la conceptualización; términos como mercado negro o prácticas económicas propias del Tercer Mundo, por considerárselas ilegales. El problema del narcotráfico no es exclusivo de México, sino que se da en muchos confines del planeta que aún no han sido espectacularizados por los medios de información y/o usados por los gobiernos para justificar grandes presupuestos en la lucha antidrogas, que a su vez recorta recursos en el sistema de salud, educación, cultura, etc., contribuyendo así a un mayor desgaste del tejido social y alimentando la espiral de pobreza-violencia-consumo-violencia.
Nos interesa proponer un discurso con poder explicativo que nos ayude a traducir la realidad producida por el capitalismo gore, basada en la violencia, el narcotráfico y el necropoder. Mostrando algunas de las distopías[4] de la globalización y su imposición. Nos interesamos también por seguir los múltiples hilos que desembocan en prácticas capitalistas que se sustentan en la violencia sobregirada y la crueldad ultra-especializada, que se implantan como formas de vida cotidiana en ciertas localizaciones geopolíticas a fin de obtener una forma de subsistencia que acarreará reconocimiento y legitimidad económica.
Frente a este orden de cosas es preciso preguntarse: ¿qué tipo de sujetos surgen de esta reinterpretación y aceptación del neoliberalismo extremo devenido en capitalismo gore?
A manera de respuesta, formulamos el término endriago, para hablar de estas subjetividades capitalísticas que surgen en el contexto del capitalismo gore. Lo hacemos así, pensando en la pertinencia de la tesis de Mary Louise Pratt, quien afirma que el mundo contemporáneo está gobernado por el retorno de los monstruos (Pratt 2002, 1).
El endriago es un personaje literario, un monstruo, cruce de hombre, hidra y dragón. Se caracteriza por su condición bestial. Es uno de los enemigos a los que se tiene que enfrentar Amadís de Gaula.[5] En este libro se le describe como un ser dotado de elementos defensivos y ofensivos suficientes para provocar el temor en cualquier adversario. Su fiereza es tal que la ínsula que habita se presenta como un paraje deshabitado, una especie de infierno terrenal al que sólo podrán acceder caballeros cuya heroicidad rondara los límites de la locura y cuya descripción se asemeja a los territorios fronterizos contemporáneos.[6]
Proponemos esta analogía entre el endriago (como personaje literario que pertenece a los Otros, a lo no aceptable, al enemigo) y las subjetividades capitalísticas y violentas representadas por los criminales mexicanos. Lo hacemos así porque consideramos fundamental tomar en cuenta que la construcción del endriago se basó en una óptica colonialista que sigue presente en muchos territorios del planeta considerados como ex-colonias y que recae sobre las subjetividades capitalisticas tercermundistas por medio de una recolonización económica que se afianza a través de demandas de producción e hiperconsumo globales, creando nuevos sujetos ultra violentos y demoledores que conforman las filas del capitalismo gore y del narcotráfico como uno de sus principales dispositivos.
Ahora bien, aparte de las características adjudicadas al personaje literario, y compartidas por los sujetos endriagos, estos tienen otra serie de características y contextos que enunciaremos a continuación.
Los sujetos endriagos surgen en un contexto específico: el postfordismo. Éste evidencia y traza una genealogía somera para explicar la vinculación entre pobreza y violencia, entre nacimiento de sujetos endriagos y capitalismo gore. El contexto cotidiano de estos sujetos es “[…] la yuxtaposición muy real de proliferación de mercancías y exclusión del consumo; [son] contemporáneo[s] de la combinación de un número creciente de necesidades con la creciente falta de recursos casi básicos de una parte importante de la población” (Lipovetsky 2007, 181).
Este confinamiento al subconsumo hace que los sujetos endriagos decidan hacer uso de la violencia como herramienta de empoderamiento y adquisición de capital. Debido a múltiples factores, de los cuales enunciaremos algunos ejemplos, trataremos de evidenciar que el uso de la violencia frontal se populariza cada vez más entre las poblaciones desvalidas y es tomada en muchos casos, como una respuesta al miedo a la desvirilización que pende sobre muchos varones dada la creciente precarización laboral y su consiguiente incapacidad para erigirse, de modo legitimo, en su papel de macho proveedor.
Por un lado, está el hecho de que los pobres ya no pertenecen a una sola clase social, ya no tienen una categoría o condición que los englobe. La pobreza y la indefensión de masas que hay en nuestras sociedades se manifiestan con rasgos espectralizados. Una situación que trae consigo rasgos de negación y desrealización del individuo. Un tipo de anulación discursiva que rige todo sentido y posibilidad de pertenencia.
Por otro lado, nos encontramos con que se “tiende a justificar la pequeña delincuencia, el robo y los apaños como recursos fáciles para obtener dinero y participar en los modos de vida dominantes con que nos bombardean los medios” (Lipovetsky, 2007: 184) Esto crea un giro epistemológico en la concepción de la violencia, pues se la percibe como una herramienta de autoafirmación personal, al mismo tiempo que como un modo de subsistencia.
A los dos factores anteriores se une el hecho de que los marginados también quieren (deben) ser consumidores, ya que buscan una forma de socialización/competición a través del consumo pues éste constituye una gran parte de la identidad contemporánea y es reforzado positivamente por la sociedad.
Es necesario aclarar que no sólo el uso de la violencia se populariza sino también su consumo. De esta manera la violencia se convertirá no únicamente en herramienta sino en mercancía que se dirigirá a distintos nichos de mercado; por ejemplo, el que va dirigido a las clases medias y privilegiadas, a través de la violencia decorativa. [7] Este fenómeno hace que ningún sector o nicho de mercado escape a la violencia, sea el caso de que ésta se le presente como mercancía proveedora de valor simbólico o como herramienta de empoderamiento distópico. En el segundo caso, son los sujetos endriagos quienes muestran la contracara del consumo de la violencia; estrechando los márgenes entre el poder de consumo y el nivel adquisitivo conseguido a través del uso de ésta como herramienta de trabajo. Ya que todo se unifica a través del consumo, éste se interpreta como la constatación de la identidad, consagración a través de la compra y la reafirmación de un status, ya no social sino individual. El consumo como mediador de la verdadera vida dentro de la lógica feroz del neoliberalismo.
Lo anterior marca el origen de la contradicción que lleva a lo gore y que se ve reforzado por el hecho de que los jóvenes, especialmente, se ven expuestos al bombardeo publicitario y asimilan masivamente las normas y valores consumistas que contrastan, en muchos casos, con su realidad económica circundante, provocando frustración y posibilitando comportamientos delictivos como vía de empoderamiento rápido.
De las características identitarias del sujeto endriago, se puede contar el hecho de que es anómalo y transgresor, combina lógica de la carencia (pobreza, fracaso, insatisfacción) y lógica del exceso, lógica de la frustración y lógica de la heroificación, pulsión de odio y estrategia utilitaria. La subjetividad endriaga:
[…] no coincide evidentemente con el individualismo de los triunfadores que disponen de los recursos de la independencia, pero tampoco se reduce ya al individualismo negativo o soportado. Este ultimo se muestra como victima, mientras que el individualismo salvaje [del sujeto endriago] busca modos de acción ilegitima y de autoafirmación para exorcizar la imagen y la condición de víctima. Uno apela a la compasión o a la solidaridad, el otro genera demandas de orden y represión. Incluso en las zonas de invalidación social hay cierta competencia individualista, hecha de activismo brutal, de desafío, de puesta en peligro que rebasa la posición del individuo por defecto. (Lipovetsky 2007, 189)
Los sujetos endriagos hacen de la violencia extrema una forma de vida, de trabajo, de socialización y de cultura. Reconvirtiendo la cultura del trabajo en una especie de protestantismo distópico, donde el trabajo y la vida forman una sola unidad. Sin embargo, la reinterpretación de los endriagos hacia la noción de trabajo y de su práctica, sustituye a la deidad del protestantismo por el dinero. Rompen también con la lógica del mundo del trabajo que es esencialmente prohibitivo y racional, catapultándonos a un nuevo estadio donde éste es equiparable a la violencia, mostrándonos “un exceso que se pone de manifiesto allí donde la violencia supera a la razón” (Bataille 2002, 45).
Entendemos a los sujetos endriagos como un conjunto de individuos que circunscriben una subjetividad capitalística, pasada por el filtro de las condiciones económicas globalmente precarizadas, junto a un agenciamiento subjetivo desde prácticas ultraviolentas que incorporan de forma limítrofe y autoreferencial “los sistemas de conexión directa entre las grandes máquinas productivas, las grandes máquinas de control social y las instancias psíquicas que definen la manera de percibir el mundo” (Guattari y Rolnik 2006, 41), así como el cumplimiento de las demandas de género prescritas por la masculinidad hegemónica.
Las subjetividades endriagas nos muestran, además, que “los cuerpos insertos en procesos sociales como la circulación de capital variable nunca deben considerarse dóciles o pasivos” (Harvey 2000, 141). Esto resulta fundamental para analizar el papel de la narcomáquina mexicana y sus conexiones con el capitalismo gore.
La crudeza en el ejercicio de la violencia obedece a una lógica y unas derivas concebidas desde estructuras o procesos planeados en el núcleo mismo del neoliberalismo, la globalización y la política. Hablamos de prácticas que resultan transgresoras, únicamente porque su contundencia demuestra la vulnerabilidad del cuerpo humano, su mutilación y su desacralización y, con ello, hacen críticas feroces a la sociedad del hiperconsumo, al mismo tiempo que participan de éste y del engranaje capitalista ya que:
En muchas naciones el crimen organizado se ha convertido en un actor político clave, un grupo de interés, un jugador que debe ser tomado en consideración por el sistema político legítimo. Este elemento criminal con frecuencia proporciona la necesitada divisa extranjera, el empleo y el bienestar económico necesario para la estabilidad nacional, así como el enriquecimiento de los que detentan, el a veces corrupto, poder político, especialmente en los países pobres […] (Curbet 2007, 63)
Dichas prácticas se han radicalizado con el advenimiento de la globalización dado que ésta se funda en lógicas predatorias, que junto a la espectralización y la especulación en los mercados financieros, se desarrollan y ejecutan prácticas de violencia radical. Violencia radical ejercida por sujetos endriagos que constituyen el proletariado gore.
Así, el narcotráfico en México y la creación de un proletariado gore pueden leerse como producto de las demandas neoliberales hacia una sociedad cuya economía política es disfuncional, que tiene como escenario expandido al contexto socioeconómico actual, donde reina la precarización económica (que deviene en precariedad existencial) y que derrumba de manera tajante los mitos de progreso que el discurso del iluminismo y el humanismo habían venido proponiendo como vías válidas para acceder a la “modernidad”. El narcotráfico como dispositivo de control nos muestra también la lógica inexorable con la que se han venido justificando los corruptos (burócratas, gobierno, policías) que se basa en igualar y servir, mientras detenten el poder, a los que ganan dinero, sean empresarios, delincuentes o ambos. Sabemos que corromperse no es una decisión difícil cuando el panorama que se avizora es sólo pérdida, rezago económico. Lo que resulta difícil en estos casos es resistirse a la tentación consumista. La estructura de la distopía es compleja, por eso, la guerra contra el narcotráfico que está emprendiendo el estado mexicano, nos dice:
Las soluciones basadas en el mayor despliegue policial y militar, delata una rotunda renuncia a la responsabilidad política por parte de su autor. Son obra de políticos desprovistos de imaginación que carecen de la visión o del interés necesario para abordar las enormes injusticias estructurales de la economía mundial de las que se alimentan el crimen y la inestabilidad. (Glenny 2008, 475)
Los discursos oficialistas que defienden esta guerra no dicen que en México los cárteles de droga no podrán ser erradicados eficazmente mientras no se erradiquen las desigualdades estructurales entre la población, mientras la ausencia de trabajo persista y nos ponga de frente con la imposibilidad de encontrar otra salida que no sea la migración, mientras no se deconstruyan los conceptos de modernidad y de progreso y dejen de utilizarse como directrices del discurso político y éste integre las posibilidades reales de una política geográficamente pertinente, mientras no se escape a la espectacularización de la violencia y la celebración del hiperconsumismo, mientras no se cuestione la estructura del estado mexicano basado en la supremacía masculina que necesita del despliegue de violencia como elemento de autoafirmación viril y, sobre todo, mientras no se cuente con una estabilidad económica sostenible que funcione a mediano y largo plazo.
La narcomáquina en México representa “la instauración de un sujeto a nivel nacional, un sujeto soberano y extrajurídico, violento y centrado en sí mismo; sus acciones constituyen la construcción de un sujeto que busca restaurar y mantener su dominio por medio de la destrucción sistemática[…]” (Butler 2006, 68), así como la gestión de la violencia extrema como principal vía para la ocupación/conservación de un territorio, y la libre circulación y obtención de un producto (drogas) para hacerse con un mercado que le otorga y garantiza un crecimiento exponencial de sus ganancias, reportando mayor poder económico y legitimando, de este modo, su pertinencia y supremacía en las lógicas del mercado, el patriarcado[8] y el capitalismo internacional.
En las economías globales lo ilegal trabaja de la mano con lo legal y este hecho no es exclusivo de las economías tercermundistas. Existe un apego en los mercados hacia el uso de estrategias que lindan con lo ilegal como forma directa para el ejercicio del poder sin restricciones y con reporte de beneficios individuales.
Las distintas estructuras de la ilegalidad funcionan por demanda de la legalidad- Citaremos aquí un ejemplo: Misha Glenny afirma en su libro McMafia, que los Estados Unidos ofrecieron un generosísimo respaldo financiero y político a los países de Europa del Este tras la caída del comunismo, “apoyo orientado a la creación y sustento de organizaciones ilegales quienes derivaron en la creación de industrias que se dedicarían a la producción de drogas, armas y tecnología de punta, productos con los cuales después traficarían por todo el mundo” (Glenny 2008, 11). Este ejemplo deja claro que las fronteras entre economía lícita e ilícita son difusas. También, nos informa que “el mundo delictivo está más cerca de lo que creemos de las actividades bancarias y del comercio de productos” (Glenny 2008, XVIII).
Por eso, no es de extrañar que con las demandas económicas del nuevo orden mundial, el crimen organizado haya globalizado sus propias actividades y ahora exista un entramado de conexiones casi indiscernibles entre la economía legal y la ilegal. Puesto que:
Las organizaciones de crimen organizado de los cinco continentes se han apropiado del espíritu de cooperación mundial y participan como socios en la conquista de nuevos mercados. Invirtiendo en negocios legales, no sólo para blanquear dinero sino para adquirir el capital necesario para invertir en negocios ilegales. Sus sectores preferidos para estas inversiones: el Estado altamente rentable, el ocio, los medios de comunicación y… la banca. (Subcomandante Marcos 1997)[9]
El crimen organizado ha penetrado profundamente en la política y la economía de muchos estados-nación y se ha encumbrado como una forma de economía moderna. Por tanto, es teóricamente comprensible que las lógicas de lo ilegal (los cárteles de droga, la mafia) se equiparen con las lógicas del estado mexicano (neoliberal conservador) ya que las estructuras de la mafia reproducen las estructuras del poder.
Dicho estado hace uso y demanda constante (y oculta) de “la distribución de productos y servicios ilegales” (Glenny 2008, 07), bajo el mandato de cumplir con las lógicas que los adscriban a la carrera capitalista. Así, el narcotráfico como pilar económico y los sujetos endriagos transforman en mercancías y servicios un sinfín de elementos que antes no podrían tomarse bajo ese título: drogas, armas, personas, asesinato a sueldo, secuestro, etc., resultando en una descarnada operación de mercadotecnia encaminada a presentar con un nuevo envoltorio y amparados por las leyes de la oferta y la demanda un conjunto de relaciones que, marcadas por la impronta del capitalismo en sus versiones más radicales, tenían hasta hace muy poco, por lógica, una imagen negativa a los ojos de la mayoría de los habitantes del planeta.
Esto nos lleva a preguntarnos por las estrategias a trazar cuando la violencia se convierte en la ley de los mercados, invirtiendo el parangón de éste, pues, el mercado era lo que hasta el momento determinaba las leyes para la gestión de la violencia. Con el advenimiento, aceptación y normalización del capitalismo gore, ¿seguirán siendo válidas las categorías de legitimidad e ilegitimidad para describir la aplicación de la violencia?, ¿qué convertirá a la violencia en algo legitimo?, ¿el precio que se nos cobre por ejercerla? El monopolio de la violencia ya no es propiedad exclusiva del Estado-Nación sino del Mercado-Nación. El monopolio de la violencia se ha puesto a subasta y la puja más alta en México la está haciendo el crimen organizado.
Ante el escenario de destrucción y desmebramiento del tejido social mexicano consideramos importante preguntarnos: ¿cómo pueden los feminismos, entendidos tanto como herramientas epistemológicas, así como teorías y movimientos sociales, redireccionar y proponer otros modelos para la creación de sujetos que no estén emparentados con la distopía gore, ni con el hiperconsumismo neoliberal, ni con la obediencia acrítica de género encarnadas por los sujetos endriagos?
Como posible respuesta propondremos al transfeminismo como práctica política y categoría epistemológica que produce algunos ejes de resistencia que buscan redireccionar/subvertir la subjetividad endriaga del capitalismo gore anclada en una masculinidad marginalizada (Connell 1999), detentada por “aquellos hombres que forman parte de las clases sociales subordinadas o de grupos étnicos […] que contribuyen también al sostén del poder de la masculinidad hegemonial, porque interiorizan los elementos estructurales de sus prácticas" (Zapata 2001, 233). Dicha masculinidad se basa en la obediencia y defensa de la masculinidad hegemónica, capitalista y heteropatriarcal, con lo cual pretende legitimarse y alcanzar el peldaño de lo hegemonial, y entiende la disidencia de manera distópica y violenta, incapacitándola para cuestionar los presupuestos del sistema que se le imponen en nombre del poder, la economía y la supremacía masculinista dentro del binomio masculino/femenino.
Ante la coyuntura del capitalismo gore y los sujetos endriagos, se erige a manera de contraofensiva el transfeminismo, entendido como una articulación tanto del pensamiento como de resistencia social. Éste es capaz de conservar como necesarios ciertos supuestos de la lucha feminista para la obtención de derechos en ciertos espacios geopolíticamente diversos, y al mismo tiempo integra el elemento de la movilidad entre géneros, corporalidades y sexualidades para la creación de estrategias que sean aplicables in situ y se identifiquen con la idea deleuziana de minorías, multiplicidades y singularidades que conformen una organización reticular capaz de una “reapropiación e intervención irreductibles a los slogans de defensa de la ‘mujer’, la ‘identidad’, la ‘libertad’, o la ‘igualdad’, es decir, poner en común ‘revoluciones vivas’” (Preciado 2009).
El transfeminismo busca la creación de anudaciones epistemológicas que tengan implicaciones a nivel micropolítico, entendiéndolo como una micropolítica procesual de agenciamientos mediante la cual el tejido social pueda recontruirse. Creando una contraofesiva a las “fuerzas sociales que hoy administran el capitalismo [que] han entendido que la producción de subjetividad tal vez sea más importante que cualquier otro tipo de producción, más esencial que el petróleo y que las energías” (Guattari y Rolnik 2006, 40). Los sujetos del transfeminismo pueden entenderse como una suerte de multitudes queer que a través de la materialización performativa logran desarrollar agenciamientos g-locales. La tarea de estas multitudes queer es la de seguir desarrollando categorías y ejecutando prácticas que logren un agenciamiento no estandarizado, como verdad absoluta ni como acciones infalibles (a diferencia de la masculinidad hegemónica que pretende ser un universal), que puedan ser aplicadas en distintos contextos de forma micropolítica. Estos sujetos queer juegan un papel fundamental, dadas sus condiciones de interseccionalidad, en “la confrontación de las maneras con las que hoy se fabrica la subjetividad a escala planetaria” (Guattari y Rolnik 2006, 43).
El transfeminismo, propone nuevas teorizaciones sobre la realidad y la condición de las mujeres dentro de ésta pero no sólo de las mujeres sino de las distintas corporalidades y disidencias, que marchen a la misma velocidad y ritmo que los tiempos actuales y que tomen en cuenta las circunstancias económicas específicas de los sujetos dentro del precariado laboral (y existencial) internacional que nos equiparan a tod@s porque nos hacen devenir mujeres, es decir distribuyen los antiprivilegios y la violencia tanto económica como física y simbólica a todos los cuerpos, ya no sólo a los biológicamente femeninos.
Ahora bien, bajo las condiciones anteriormente enunciadas llama la atención que los esfuerzos por hacer redes político-sociales en México no hayan crecido, que las alianzas entre los géneros no estén en auge, enfrentándose ante el sistema aplastante del capitalismo hiperconsumista y gore. Sin embargo, hay una causa específica para este hecho: el miedo que tiene lo patriarcal a la pérdida de privilegios, a la pérdida de poder, o lo que se llama de forma eufemística, el miedo a la desvirilización de la sociedad. Es necesario que las anudaciones y agenciamientos de los sujetos que buscan ofrecer una crítica y una resistencia ante el sistema dominante pasen por la conciencia del devenir mujer, devenir negr@, de devenir indi@, devenir migrante, devenir precari@ en lugar de reificar su pertenencia a un único género o a un grupo social para demarcarse dentro de una lucha sectorial. Debemos trabajar la resistencia como un proceso que se interrelaciona con otros procesos minoritarios porque la resistencia:
No puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha […] sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación. (Vidarte 2007, 169)
Puede superarse a través de un proceso que evidencie que las características que lo integran no pertenecen en exclusiva a los sujetos varones sino que son susceptibles de ser tomados por cualquier sujeto, sin importar su género ni orientación sexual, y que evidencie además que los privilegios que se ofrecen por detentar una obediencia ilimitada hacia la masculinidad hegemónica y el neoliberalismo es una inversión volátil que cobra grandes intereses y exige como pago, en el plano de lo real, ser objeto de una destrucción depredadora que recaerá sobre nuestros propios cuerpos, no sólo sobre el cuerpo de l@s Otr@s.
Por eso, en nuestros prototipos comunes como en nuestras disimetrías, consideramos que es necesario el descentramiento de la categoría de masculinidad,[10] entendida como una propiedad intrínseca y exclusiva del cuerpo de los varones. Este descentramiento llevaría a una reconstrucción discursiva, no abyecta, que cuente con capacidad de multiplicar las posibilidades en el abanico de la construcción de nuevas subjetividades tanto para las mujeres como para los varones incluyéndose en estas nuevas categorizaciones tanto a las bio-mujeres, bio-hombres así como a las tecno-mujeres, tecno-hombres y a tod@s aquell@s que se desincriben críticamente de las dicotomías del género— creando un marco que ensanche nuestras posibilidades de acción y reconocimiento para la reconstrucción del tejido social de forma pacífica.
Sabemos que la desjerarquización de la masculinidad es posible puesto que es un proceso performativo modificable por parte de los varones. Además esta modificación es inminente ahora que el mundo capitalista se encarniza, se vuelve radicalmente salvaje y exige que el plusvalor del producto se dé a través del derramamiento de sangre.
En este contexto es necesario hacer una revisión y una reformulación de las demandas de la masculinidad hegemónica transmitidas por los sistemas de dominación que, en nuestro caso, emparentamos con el capitalismo gore. No es posible fraguar una resistencia efectiva ante el sistema económico en el que vivimos, que basa su poder en la violencia exacerbada, sin cuestionar la Masculinidad. Puesto que dicha Masculinidad se transforma también en violencia real sobre el cuerpo de los varones.
Finalmente, la cuestión de la creación de nuevos sujetos políticos construidos desde el transfeminismo abre de nuevo el debate sobre la necesidad, la vigencia y el reto que supone que los sujetos masculinos se planteen otras configuraciones y condiciones bajo las cuales construir sus masculinidades, que sean capaces no sólo de ejecutarlas sino de crear un discurso de resistencia a través de ellas.[11]
Dicha construcción teórico-práctica debe tomar en cuenta la perspectiva de género y el trabajo de deconstrucción, así como las herramientas conceptuales que han creado los feminismos, para replantear al sujeto femenino y para descentrarlo a través de un desplazamiento hacia lo no hegemónico, que no basa sus premisas en remanentes corporales y biológicos. Así como no nacemos mujeres, sino que devenimos en ello, es hora de pasar la pregunta, una vez más, hacia el campo de la masculinidad para descentrarla y hacer construcciones de ésta más aterrizadas en la realidad y en la encarnación de masculinidades individuales que comprueben que tampoco se nace hombre sino que se puede devenir en ello a través de un proceso en todo momento modificable.
Se sabe que alguien con poder y legitimidad difícilmente renunciará a ello. Sin embargo, el confort silente bajo el que se desarrolla la masculinidad cómplice debe ser cuestionado. A este respecto, es necesario aclarar que existen muchos sujetos masculinos que quieren/buscan/necesitan deslindarse de esos patrones arcaicos y opresores, los cuales nos informan que esta desvinculación o desobediencia de género no es una tarea fácil, ya que como afirma Luis Bonino:
Son un freno los temores y desconfianzas frente a lo nuevo que tienen algunos varones, la falta de modelos de masculinidad no tradicional y el aislamiento silencioso de los varones aliados a las mujeres, que muchas veces se avergüenzan de hacerlo público: la censura al trasgresor del modelo tradicional es muy efectiva con los varones, para quienes el juicio de sus iguales es fundamental. (Bonino 2003, 68)
Pese a los costes que implica desmarcarse de la masculinidad tradicional, ésto es un reto apremiante en México para que los jóvenes no sigan engrosando las filas del proletariado gore, ni detentando una subjetividad endriaga que terminará con sus propias vidas y alimentará el engranaje heteropatriarcal, sexista, capitalista y gore que nos llevará a transitar por los mismos caminos y a obtener los mismos resultados: un paisaje de devastación económica, emocional y social.
Si logramos visibilizar que uno de los problemas estructurales en México contemporáneo es seguir ensalzando la figura del macho (como performance de género incuestionable), podremos intentar una planeación de alianzas que produzcan otras formas de disidencia ante a la narcomáquina, el capitalismo gore y la tiranía vetusta de la masculinidad hegemónica que exigen obediencia ilimitada a los varones y producen efectos materiales en sus cuerpos, tales como la destrucción espectacularizada en la que éstos son exhibidos y rentabilizados por los medios y sus lógicas feroces que también siguen avant la lettre los mandatos del neoliberalismo. Una de las muchas estrategias para crear vías de reconstrucción del tejido social vendrá de una educación no sexista y de un cuestionamiento radical a nuestros (anti)privilegios de género, para poder acceder a un agenciamiento que nos legitimará desde lugares diferentes al poder y a la violencia.
Notas
[1] Noción que aparece desarrollada en la convocatoria de la revista e-misférica 8.2 – La máquina narco (Editora invitada: Rossana Reguillo). En la cual dice: “Narco” le da nombre a la ruptura del tejido social como lo conocemos: el crecimiento del autoritarismo, la erosión de la sociedad civil, el deterioro de los derechos humanos, la transformación de ciudades y pueblos en regiones fantasmas o escenarios de guerra y el crecimiento de la violencia expresiva—aquella que no persigue un fin utilitario, sino fundamentalmente exhibir los símbolos de su poder total.” Cfr. en: http://hemi.nyu.edu/hemi/es/e81-participate
[2] Denominamos necroempoderamiento a los procesos que transforman contextos y/o situaciones de vulnerabilidad y/o subalternidad en posibilidad de acción y autopoder, pero que los reconfigurarán desde prácticas distópicas y autoafirmación perversa lograda por medio de prácticas violentas.
[3] En esta ocasión entendemos Capital en un sentido cotidiano de acceso a la riqueza, a la acumulación de dinero que permitirá que estos sujetos accedan a una cierta movilidad social, a un cambio de status, a una legitimidad otorgada por su capacidad monetaria de engrosar las filas del mercado de hiperconsumidores.
[4] Perteneciente al término Distopía, el cual fue acuñado, según datos del Oxford English Dictionary, a finales del siglo XIX por John Stuart Mill quien lo creó como antónimo a la Utopía de Thomas Moro y con el cual buscó designar una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal. Cfr. http://www.oed.com
[5] Amadís de Gaula es una obra maestra de la literatura medieval fantástica en castellano y el más famoso de los llamados libros de caballerías del siglo XVI de la península Ibérica. Amadís representaría al caballero y sus valores heredados de la cultura occidental. Amadís como ell sujeto occidental por antonomasia, el no monstruo, el no Otro, es decir, el sujeto universal y sin fisuras que posteriormente será defendido por las lógicas del iluminismo y del humanismo.
[6] Con territorios fronterizos nos referimos a las fronteras en general, pero hacemos hincapié en las fronteras del norte de México que lindan con los Estados Unidos y especialmente a Ciudad Juárez que se ajusta perfectamente a lo descrito, por ser una ciudad copada desde hace décadas por los cárteles de droga, los traficantes de personas, la prostitución y las distintas fuerzas represivas del Estado, creando así un campo de batalla, un territorio en estado de excepción que muestra claramente los entramados entre el Estado y el crimen organizado en México.
[7] Denominamos violencia decorativa a un fenómeno que consiste en ofertar armas y otros dispositivos, utilizados en el despliegue de violencia, transformados en objetos de decoración como AK-47 convertido en lámparas, granadas de manos reconvertidas en adornos navideños, tanques de guerra comercializados como vehículos civiles, por ejemplo los populares Hummer, etc.
[8] El capitalismo se sustenta en un sistema patriarcal que fomenta la competencia y pone en todo momento a prueba “la hombría”, entendida como elemento de legitimación fundamental, de sus actores. Cfr. Bordieu, Pierre (2000). La dominación Masculina. Anagrama. Barcelona.
[9] Texto original en inglés: The criminal organizations of five continents have appropriated the “spirit of world cooperation” and participate as partners in the conquest of new markets. They invest in legal businesses not only to launder dirty money but also to acquire the capital required for their illegal businesses. Their preferred sectors: high-rent real estate, leisure, the media, and . . . banking (La traducción de la cita es nuestra).
[10] Cfr: Halberstam, Judith (2008). Masculinidad Femenina. Egales, Madrid.
[11] Ponemos de relieve que nos referimos especialmente a la revisión de Masculinidad incorporada en las realidades latinoamericanas y, sobre todo, no obviamos el hecho de que existen ya algunas formas de confrontación de esta Masculinidad en esos espacios que no comparten ni obedecen los dictados del poder capitalista y masculinista y han logrado desanudarse, en la medida de lo posible, de forma crítica de la identidad dominante. Sin embargo, dichas des-anudaciones no están suficientemente visibilizadas.
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