El performance de la sexualidad en “El baile de los 41 maricones”
Porfirio Miguel Hernández Cabrera
A mi hermano Jaime

El 17 de noviembre de 1901 la policía de la Ciudad de México hace una redada en una casa de la calle de la Paz, donde un grupo de jóvenes homosexuales realizaba una fiesta privada en la que la mitad de ellos iba vestido de mujer. Como castigo, los participantes son enviados a Yucatán para servir como cocineros, peones y lavanderos en uno de los batallones del ejército que peleaba contra los indios mayas durante el gobierno de Porfirio Díaz. Era el famoso baile de “Los 41”[1].
Cien años después, para conmemorar la efeméride, el investigador estadounidense Robert McKee Irwin organiza el simposio internacional El centenario de los 41: sexualidad y control social en Latinoamérica, 1901, el cual se llevó a cabo del 15 al 17 de noviembre de 2001 en la Universidad de Tulane, Nueva Orleans. De tal simposio se desprende The Famous 41. Sexuality and Social Control in Mexico, c. 1901, libro que reúne algunas de las ponencias presentadas por las y los académicos mexicanos y estadounidenses participantes.
La primera parte del volumen está dedicada exclusivamente a “los famosos jotitos” e inicia con dos colaboraciones en versiones en inglés y en español. La primera es “Los 41: el escándalo periodístico de 1901”, que constituye una necesaria introducción al tema ya que presenta una bien documentada recopilación de casi toda la información periodística del momento sobre el insólito y “repugnante baile nefando” -y sus secuelas- de puros hombres “degenerados”.
La segunda colaboración bilingüe es una versión editada de Los cuarenta y uno. Novela crítico-social, que escribiera en 1906 el autor mexicano Eduardo Castrejón, quien narra la organización de un “baile regio” por parte de Mimí, Ninón, Estrella, Pudor, Virtud, Carola, Blanca y Margarita, un grupo de “jóvenes aristócratas prostituidos”. La novela recrea las informaciones periodísticas de la época y al final se centra en la liberación de Ninón quien, depositando en la búsqueda de una esposa las esperanzas de “reconquistar su honra”, se casa con Josefina, una joven yucateca de clase media, en la que encuentra la redención.
Por otro lado, a partir de documentos literarios y periodísticos, Carlos Monsiváis hace la crónica de los sucesos en torno al “Baile de los 41” y un recuento del impacto cultural de la “Gran Redada” en la sociedad mexicana. Para ello expone algunos antecedentes sobre personajes homosexuales en la narrativa nacional como Chucho el Ninfo, protagonista de la novela homónima publicada en 1871, y Antonio Adalid, alias Toña la Mamonera, “aristócrata” sobre el que Salvador Novo relata algunas anécdotas en La estatua de sal (Conaculta, México, 1998).
Por su parte, en su ensayo, Robert McKee Irwin afirma que a partir de “Los 41” las representaciones sociales sobre la homosexualidad en nuestro país entronizan la concepción de que los homosexuales son los travestis afeminados, quienes gestionan su sexualidad a través de un sistema binario de género donde ellos asumen el rol “pasivo” -“de mujer”-, obscureciendo con ello los múltiples significados culturales del homoerotismo de la época y reproduciendo estereotipos que se manejan en la actualidad.
La segunda parte del libro está conformada por textos que ponen de manifiesto el papel de la sexualidad como medio de control social. Así, Robert Buffington demuestra cómo el escándalo de “Los 41” atizó el fuego de la crítica satírica sobre el afeminamiento y la puesta en duda de la masculinidad de los hombres burgueses (los “catrines”). Víctor Macías-González examina los anuncios en revistas para caballeros del porfiriato para analizar “el papel de la élite de los hombres como consumidores y árbitros del gusto”. Pablo Piccato estudia la vinculación, establecida por los criminólogos positivistas de la época, entre el crimen como problema social y la presunta “degeneración sexual de las clases bajas”. Cristina Rivera-Garza aborda el papel otorgado a la sexualidad en la determinación de la enfermedad mental y la rehabilitación de las personas consideradas como inadaptadas sociales y sexuales. Finalmente, Sylvia Molloy analiza la obra de Amado Nervo; para ello centra su atención en el papel de lo femenino en la obra del poeta y concluye que ésta está marcada por un “conflicto de género”.
En su conjunto, los textos sobre el “baile nefando de Los 41” son un reflejo de su impacto social en la sociedad decimonónica capitalina, que permiten valorar el papel de la prensa y de la literatura en la construcción de la mitología de “los jotos” en México, y su influencia en las nociones moralizantes sobre la homosexualidad en la época. Las producciones culturales generadas a partir del primer performance homosexual mexicano conocido hasta el momento le dan sustancia y rostro a la noción popular de “maricón” y “joto”, instalando en la opinión pública una idea y una imagen de “cómo fue el performance” ya que presentan versiones de cómo, supuestamente, se travistieron los jóvenes homosexuales (con vestidos ceñidos y escotados, y collares en el cuello, pero conservando los bigotes “de hombre” en los rostros, como los dibujó José Guadalupe Posada), así como recreaciones ficticias de los modos de ser y de relacionarse de los nuevos sujetos sexuales, quienes, según Castrejón y los reporteros, gustaban de ser nombrados con nombres femeninos, de portar trajes “de mujer”, y de expresarse y sentir como “las mujeres”.
La transgresión sexual y genérica de los “jóvenes aristócratas” inauguró al mismo tiempo la política de la represión hacia la homosexualidad y al transgenerismo, con las secuelas que todavía se resienten en la sociedad mexicana contemporánea, al grado en que, aunque cada vez menos, aún en nuestros días el número 41 es considerado como un sinónimo estigmatizante de “maricón”, “joto”, “puto”, “puñal” y otros epítetos descalificadores para los hombres homosexuales.
The Famous 41.Sexuality and Social Control in Mexico, c. 1901, es un importante referente para investigadores/as de la historia de la sexualidad mexicana porque analiza los sucesos que contribuyeron a la construcción cultural de la homosexualidad y la homofobia en el México de inicios del siglo XX, pero además permite entender otros procesos sobre las relaciones entre el control social, la política y la sexualidad de la época.
Notas:
[1] Para una revisión más amplia del suceso véase mi ensayo “Los cuarenta y uno, cien años después”, en la dirección electrónica: http://www.jornada.unam.mx/2001/dic01/011209/sem-hernandez.html).