A treinta años de golpe militar: El aniversario del golpe de Estado en Argentina y la fotografía
Julio Pantoja
Fueron necesarios treinta años para que se dé vuelta la tortilla. Fueron necesarios treinta años para que haya un punto de inflexión en la lucha por los derechos humanos en la Argentina, para que a lo largo y a lo ancho del país el repudio al terrorismo de Estado sea un solo grito.
Y un 24 de marzo de 2006 en la Plaza de Mayo estuvieron las Madres, estuvieron las Abuelas, y también los H.I.J.O.S. Todos gritando por la vida, acompañados por más de 100 mil personas. Entre ellos, una nueva generación de niños que crecerán en un país distinto.
"La foto es literalmente una emanación del referente. De un cuerpo real que se encontraba allí han salido unas radiaciones que vienen a impresionarme a mí, que me encuentro aquí... La foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados".
-Roland Barthes, La cámara lúcida, 1990
“Argentina 1976-2006”. Este breve texto, este cartelito travestido en ícono del momento parece haber quedado congelado en las retinas de los argentinos que vieron, el último 24 de marzo, llenarse a la Plaza de Mayo con un número de personas cercano a los 150 mil y que siguen recorriendo espacios culturales y de artes de toda la república para ver los cientos de muestras y exposiciones de todo tipo que en cantidades y matices inéditos coparon casi excluyentemente la oferta cultural de los meses de marzo y abril.
“El mundial de la memoria”, tituló futbolísticamente un periodista del influyente diario Clarín, en alusión a lo que se vive en el mundo de las artes visuales en la Argentina de hoy, a treinta años del golpe cívico-militar más sangriento del continente. Es innegable que este aniversario marca un punto de inflexión en la lucha por los derechos humanos: por primera vez, desde el Estado, el discurso oficial acompaña a las madres del pañuelo blanco. Eso no es un dato menor ni una dádiva de algún gobernante en busca de votos, sino una conquista legítima luego de tantos años de implacable resistencia. Y las artes resultaron una excelente caja de resonancia.
La pintura, el teatro, la danza, la música, el comic, la fotografía y cuanta actividad permita expresarse, se volcaron a las calles y a los espacios de la cultura. Los nombres más famosos se imprimieron en los catálogos de las muestras y en las agendas culturales. Pero también los periódicos, las revistas, la radio y hasta la televisión, tanto estatal como privada, se volcaron a la efeméride editando números especiales o emitiendo documentales y debates en sus pantallas. Esto no tiene antecedentes, en particular si se trata de este tema. Muy por el contrario: durante años, muchos de estos mismos medios de comunicación miraron hacia un costado y alguna vez hasta se atrevieron a llamarlas “locas” a las Madres de Plaza de Mayo.
En todo el país se realizaron cientos de exposiciones, intervenciones urbanas, proyecciones (incluso sobre el obelisco, ese emblemático falo de la ciudad de Buenos Aires) y otras acciones donde la fotografía fue protagonista incuestionable. Más allá de la moda reinante, por momentos un tanto vacía, instaurada en los años recientes con respecto a la fotografía en manos de los artistas plásticos, en esta ocasión resultó un medio idóneo, maduro y efectivo para salir a cubrir un enorme espectro de las necesidades de comunicación con respecto a la denuncia, a la reflexión y, fundamentalmente, a la conservación y cuidado de la memoria. Esto pone en evidencia el compromiso y la franca actitud política de gran parte de este colectivo profesional.
Por primera vez la fotografía fue mayoritaria en una expresión de esta magnitud. No faltó nadie a la cita: documentalistas, historiadores, periodistas, artistas, amateurs… todos los fotógrafos hicieron sus aportes. En este plano, es posible afirmar que la actitud performática de los fotógrafos argentinos es cada vez mayor. El introducir el propio cuerpo en la acción (cosa que ya se hace con el solo hecho de estar moviéndose dentro del escenario performático e influyéndolo de algún modo) comienza a aparecer cada vez más. Como ejemplos rápidos se puede mencionar el interesante trabajo de Lucila Quieto quien proyecta escenas familiares de los desparecidos sobre los cuerpos de sus hijos (el de ella misma, entre otros), y los vuelve a fotografiar como modo de integrarlos en una sola imagen nueva e inquietante; también mi trabajo (en proceso) “Tucumán me mata”, donde decidí intervenir a las fotografías en blanco y negro con mi propia sangre, que integró la muestra “30 artistas / 30 años” que se expuso en el Centro Cultural Recoleta.
Dentro de este gran teatro performático en que se transformó todo un país merece una especial mención la emotiva entrada de las Madres y Abuelas a la histórica Plaza de Mayo; quienes se abrieron paso entre la multitud portando una bandera de más de doscientos metros donde los retratos de sus hijos, nuestros desaparecidos, reverberaban con los rayos dorados de aquel atardecer como la espuma de esa gran ola humana que las rodeaba y las aplaudía a rabiar. “¡Madres de la Plaza, el pueblo las abraza!” decía el grito colectivo repetido como letanía hasta la ronquera, con la hipnosis de emoción que producen esas grandes misas populares.
En esta efeméride también contó con acciones desarrolladas en muchas otras ciudades del mundo, casi en todas aquellas donde la diáspora del exilio político o económico haya lanzado a un puñado de argentinos. Así, como réplicas de un sismo, las artes sirvieron para debatir y reflexionar en sitios tan distantes como New York, Toronto, Paris y Madrid, sólo por mencionar algunos ejemplos.
En lo personal, tuve el privilegio de estar entre el puñado de artistas y activistas que salimos en este plan: elegí estar el 24 de marzo en la Plaza de Mayo y al día siguiente viajé a Francia para participar con mis fotografías en actividades organizadas por el colectivo de exiliados argentinos de la región de Rhone-Alpes, donde comunidades argentinas de Lyon, la Drome y Grenoble organizaron una serie de eventos que incluyeron conciertos de Miguel Angel Estrella, del ex “Cuarteto Cedrón” César Stroccio, y las presencias de Estela Carlotto y Nora Cortiñas, de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), respectivamente, para culminar con una exhibición- de gran repercusión afortunadamente- del ensayo fotográfico de mi autoría “Los Hijos, Tucumán veinte años después” en el Museo de la Resistencia de Grenoble. También en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se vio mi trabajo, presentado por el escritor Mocho Alpuente y los actores Juan Diego Botto y Pilar Bardem. En toda esta movida a la distancia, jamás falto la rueda de recuerdos y nostalgias con un mate circulando de mano en mano, como paladeando la tierra lejana en el sabor de la yerba mate; tampoco el tango, esa danza ritual que revive con cada argentino en el exilio.
En estos treinta años no fueron pocas las ceremonias públicas o privadas que la historia registra sobre el tema: desde las solitarias quemas y enterramientos de libros y discos “prohibidos” hasta las rondas de las Madres y los escraches de los Hijos; e incluso el reciente acto donde, bajo la atenta mirada del presidente Néstor Kirchner y de las cámaras de televisión, Roberto Bendini, un prolijo general de la democracia, a paso lento y acompasado se acercó a un taburete, se subió a él y descolgó para siempre el retrato del dictador genocida Jorge Rafael Videla de las paredes del Colegio Militar de la Nación.
Los represores también tuvieron sus rituales que constituyeron auténticas y macabras performances del horror. Por ejemplo, pueden analizarse de este modo las requisas y posteriores hogueras de libros en casa y editoriales, los siniestros pactos de silencio que culminaban en un círculo al amanecer donde cada uno asesinaba de un tiro en la sien a un prisionero –como cuenta el ex gendarme Omar Torres en su testimonio-, o las mismísimas sesiones donde el torturador de turno aplicaba la picana mientras el médico controlaba los límites físicos del prisionero y el sacerdote arrojaba agua bendita si éstos fallaban como equipo. A todo ésto habría que sumar los desfiles y las arrogantes paradas militares a los que nos tuvieron acostumbrados.
Pero todavía falta ver más porque aún queda camino por recorrer: las Madres seguirán acomodando el pañuelo en sus cabezas cada jueves a las 3:30 pm en punto para caminar en círculos en la histórica Plaza de Mayo. Ellas cuentan que lo harán hasta que sus vidas se apaguen si no se sabe la suerte corrida por cada uno de los 30 mil desaparecidos. Y habrá más ceremonias oficiales volteando símbolos. Pero también veremos a los ya ancianos represores seguir desfilando aunque no en cuarteles sino en los tribunales de todo el país para rendir cuentas de sus actos, porque la posibilidad de su juzgamiento se ha reabierto gracias a recientes modificaciones legislativas. Y también volverán los familiares de sus víctimas, con los retratos de sus desparecidos como escapularios en el pecho, a gritarles en las caras que los quieren presos y en cárceles comunes. Y volarán huevos por los aires para estamparse en los vidrios negros de sus coches. Y en cada uno de estos actos habrá un fotógrafo. O muchos de ellos, girando, agachándose, esquivando empujones de un guardaespaldas mientras congelan un gesto, mientras develan un rostro tal vez hasta ahora escondido, mientras cuentan la historia, mientras ponen también ellos el propio cuerpo para hacerlo.