
Simón Bolívar, el zambo
Javier Guerrero | New York University
Resumo:
O Carnaval carioca de 2006 trouxe com ele uma notícia que preocupou a opinião pública venezuelana. A PDVSA – companhia estatal venezuelana de petróleo -- pagou uma escola de samba para que ela apresentasse uma imagem de Simón Bolívar em cima de um de seus carros alegóricos. As crônicas de jornal e a opinião pública nacional surpreendemente perceberam que o Governo, através de sua companhia de petróleo, havia financiado um Bolívar gay. Este artigo explora o malestar que a representação “carnavalesca” do “Pai da Mãe-Pátria” criou na opinião pública e, mais especificamente, interpreta as estratégias raciais que o Governo Bolivariano exibiu para evitar que o Libertador “saísse do armário”.






A fines del 2005, los medios de comunicación venezolanos se hicieron eco de que su gobierno financiaría la Escuela de samba brasileña “Unidos de Vila Isabel 1” en razón de que su propuesta para el carnaval carioca del 2006 se centraba en la figura de Simón Bolívar como líder continental. En uno de sus ocho carros alegóricos, un muñeco articulado de trece metros de alto que representaba al Libertador, desfiló saludando a la multitud, pero en vez de blandir su espada, sostenía en su mano un corazón rojo en nombre de la paz y de la armonía (Figs. 1, 2 y 3). La divulgación de la imagen carnavalesca de Simón Bolívar consternó a la opinión pública en Venezuela, que la consideró una representación irrespetuosa del Padre de la patria. “Mamarracho”, “vergüenza nacional”, “aberración”, “hazmerreír continental” fueron algunos de los calificativos más sobrios utilizados en la candente polémica. Pero sorpresivamente, algunos rasgos faciales de la representación –cejas arqueadas, labios bien delineados– y el hecho de participar en un carnaval, fueron suficientes para interpretar que el gobierno venezolano había financiado un Bolívar gay.
No es la primera vez que en Venezuela la figura del Libertador se haya visto involucrada en controversias sexuales o raciales. En 1994, Chile enfrentó los airados reclamos oficiales del gobierno venezolano por financiar la obra “El Libertador Simón Bolívar” de Juan Domingo Dávila. En ella, el artista retrató a Bolívar con senos al descubierto, desnudo de la cintura para abajo, con caderas pronunciadas, de rasgos mestizos y haciendo un gesto obsceno con su mano (Fig. 4). La obra se expuso en la Hayward Gallery de Londres pero circuló en América Latina como una tarjeta postal. A través de un comunicado de prensa, Venezuela denunció una campaña orquestada de desprestigio en contra del “más sagrado valor de su nacionalidad”.
El presidente venezolano Hugo Chávez, ante la contundente denuncia de la opinión pública acerca de la “errónea” sexualidad que parecía expresar el Bolívar carioca, rompió el silencio que mantuvo los primeros días del escándalo, insistiendo en que los rasgos raciales de la representación carnavalesca coincidían plenamente con los atributos del “verdadero” Simón Bolívar. Su descripción del Padre de la patria materializó un nuevo cuerpo nacional que exacerba su componente racial, a costa del sexual:
A Bolívar la oligarquía venezolana lo convirtió en blanco. Yo no tengo nada contra los blancos… pero Bolívar, no era blanco. Es más, dicen que nació en Capaya… Bolívar nació entre los negros. Bolívar tenía el pelo rizado. Bolívar era más negro que blanco. No tenía los ojos verdes. Y ustedes ven retratos de Bolívar con los ojos verdes, el pelo amarillento y la cara blanca. Bolívar era chiquito y lo ponen grandote. No, Bolívar era chiquitico, con la voz chillona y era zambo. (Aló Presidente N° 248, 5 de marzo de 2006)
La respuesta de Chávez pareció ignorar que la polémica sobre el Libertador se encendió en Venezuela por parecer “maricón” y no únicamente por su representación racial. La imposición de la máscara mestiza intentó borrar la extraña sexualidad “exhibida” por el Bolívar carioca. Me parece que el Bolívar zambo del presidente tuvo como primera estrategia, más que mestizar el cuerpo nacional, impedir la remota posibilidad de que Bolívar pudiera “salir del clóset.” El mestizaje, a su vez, es un elemento fundacional de las naciones latinoamericanas, que en Venezuela ha tenido un protagonismo particular. La racialización de Simón Bolívar es también una constante que, pese a las polémicas, ha sido incorporada a diversos proyectos políticos venezolanos (de Juan Vicente Gómez a Hugo Chávez).
Tampoco es la primera vez que se haya dudado de la “pureza racial” de Bolívar. De aquí, el uso de un término colonial “zambo”, -un tanto peyorativo- que designa a los descendientes de la unión entre indígenas y negros. El presidente utilizó el término “zambo” para erradicar el contagio (sexual) que la samba pudo haber generado en el cuerpo heroico del Libertador. El mestizaje, en este caso, le retornó a Bolívar el cuerpo aséptico de la nación.
Luego de la alocución presidencial y por ende, del “nacimiento” del Bolívar zambo, numerosas crónicas periodísticas negaron la posibilidad de que el Libertador tuviera algún rasgo similar a los descritos por Hugo Chávez. Varias de ellas acudieron a registros historiográficos, testimonios y documentos visuales que aseguraban el error. Sin embargo, fue definitiva la necesidad de negar cualquier posibilidad de que Bolívar se pareciera a Chávez. Y aquí presento una segunda estrategia de este nuevo enmascaramiento.
No es un secreto que Chávez ha inspirado su pensamiento en el líder independentista, ni que ha hecho diversos intentos por crear cierta ilusión de paralelismo biográfico. La máscara mestiza que ocultó la máscara gay, no sólo enmascaró la sexualidad errática sino que pretendió confundir el cuerpo patrio con el presidencial. Chávez se propone una copia a mano alzada del culto personalista que ha dominado la política en Venezuela.
Al mismo tiempo, es innegable que el gobierno bolivariano ha incrementado el uso representacional del cuerpo mestizo y negro como alegorías de la nación. A pesar de esto, ha seguido acudiendo a estrategias que mantienen intacto y refuerzan representaciones hegemónicas del cuerpo nacional por excelencia, el del Libertador. El presidente y en general el gobierno bolivariano han promovido y reproducido la misma imagen oficial del Bolívar peninsular. Desde el Palacio de Miraflores, Chávez se dirige al país con un amplísimo retrato de Bolívar a sus espaldas. El cuadro, además, funciona como síntesis de la integración latinoamericana al ser testigo de los múltiples encuentros del mandatario venezolano con sus homólogos continentales (Figs. 5 y 6). La sobreposición de cuerpos, el nacional y el presidencial, se ejecutó por medio del componente racial. Resulta curioso que al consultar el término “zambo” en Wikipedia, la famosa enciclopedia virtual, aparezca el presidente Chávez como exponente visible de tal mezcla.
En Venezuela, la figura de Simón Bolívar es intocable, especialmente ahora que el proyecto político revolucionario la ha magnificado como emblema único nacional. Los pasados carnavales del 2006 develaron el muy estrecho espacio que el cuerpo nacional venezolano está dispuesto a ceder. Como ya he mencionado, la imposición de la máscara racial intentó borrar la extraña sexualidad “exhibida” por el Bolívar carioca. Si los ecos del escándalo del Bolívar de Dávila parecían estar presentes desde un comienzo con la finalidad de acusar de traidor al “heredero” del Libertador, el propio Hugo Chávez terminó de construir la imagen al traer a colación el tema racial. El cruce de máscaras atribuidas al “inocente” Bolívar de Río finalmente reprodujo una imagen muy parecida, aunque con diferentes repercusiones políticas, a la creada por Dávila. Una columna de opinión de un diario venezolano, titulada “¡A que no me [re]conoces!”, afirmó que la revolución había mandado a disfrazar a Simón Bolívar de “garota de Ipanema”.[1] “¡A que no me [re]conoces!” es la mítica frase que pronunciaban las personas que se disfrazaban de “negrita”, tanto hombres como mujeres, en los carnavales venezolanos. Por supuesto, el disfraz, el travestismo y la frase insisten en el cruce que, pese a las estrategias presidenciales, terminó construyendo –por su ambigüedad sexual, racial y sus desproporciones– un monstruo rechazado por la nación.
Notes
[1] Rojas, Elides (2006) “¡A que no me conoces…!”. El Universal, 22 de febrero, online.